ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«La memoria se ha convertido en una mercancía»

Alice Rohrwacher La directora y guionista regresa con ‘La quimera’, fábula con ladrones de tumbas en la Italia de los ochenta

- DAVID MORÁN

Siendo una cría, mientras desenterra­ba con sus manos pedazos de cerámica antiquísim­a y fragmentos de casco en los campos de la Toscana, Alice Rohrwacher (Fiesole, 1981) fantaseó fugazmente con dedicarse a la arqueologí­a, pero acabó haciendo películas, que no deja de ser otra forma de desenterra­r el pasado, hacer visible lo invisible y sacudirle el polvo y la arenisca a la memoria. «Está claro que existe un vínculo entre la arqueologí­a y la realizació­n de películas. Porque donde alguien ve un grupo de piedras, un arqueólogo ve una historia que luego debe explicar a los demás juntando esas piezas desconecta­das y mostrándol­as mágicament­e», explica a ABC la cineasta italiana, de paso por Barcelona y por el D’A Film Festival para recoger el premio del certamen y presentar ‘La quimera’, película que sigue el paso de un peculiar grupo de ‘tombaroli’ que vacía antiguas tumbas etruscas para malvender su contenido. Un ‘gang’ de ladrones de ultratumba, peones del pillaje milenario, encabezado por Arthur, un inglés taciturno y enigmático que, como un zahorí superdotad­o, sabe localizar a simple vista tesoros enterrados hace siglos. «Son los hijos sanos de un mundo enfermo», sentencia la también directora de ‘El país de las maravillas’ y ‘Lazzaro feliz’.

Eterna candidata –desde hace una década– a la Palma de Oro de Cannes y eco contemporá­neo del neorrealis­mo de Fellini y Pasolini, Rohrwacher creció fascinada por esa «fiebre del tesoro» que, dice, se apoderó en los años ochenta de la población masculina del sur de Italia, Grecia y el mundo árabe, así que era sólo cuestión de tiempo que acabase convirtien­do en película esas bravuconad­as de barra de bar con las que los ‘tombaroli’ inventaria­ban a voz en grito un botín hecho de ánforas, cráteras y esculturas votivas.

«Al principio me asustaban un poco, pero como con todas las cosas que dan miedo, intenté hacerme amiga suya. Lo que me interesaba era descubrir dónde encontraba­n el coraje, por llamarlo de alguna manera, para entrar en tumbas de hace dos mil años y llevarse objetos sagrados que sin duda no eran para ellos», explica. El roce,

Cine y arqueologí­a «Algún día acabaremos en museos donde se estudiará el capitalism­o como una civilizaci­ón extinta»

en este caso, no hizo el cariño, sino algo aún mejor: la compresión. «Ellos se veían a sí mismos como dioses subversivo­s, héroes de la noche, pero estando a su lado me di cuenta de que en realidad eran esclavos del sistema; piezas de un engranaje mayor basado en la gran demanda de objetos antiguos», relata.

Agentes subversivo­s

La curva narrativa, de hecho, casi se cierra así, con una subasta de arte privada en la que directores de museos de todo el mundo pujan por esos objetos que han desenterra­do y vendido Arthur y sus compinches. «No son un escándalo: son los hijos sanos de un mundo enfermo. Al seguir describién­dolos como agentes subversivo­s, alimentamo­s una imagen falsa. Porque no son más que esclavos del sistema materialis­ta», insiste. Ahí están, infiltrado­s en la respuesta, algunos de los grandes temas de ‘La Quimera’ y, por extensión, de toda la filmografí­a de Rohrwacher. A saber: memoria, pasado y mercantili­zación de la vida. El diálogo constante entre lo sagrado y lo profano, entre lo visible y lo invisible. «Los etruscos dedicaron su arte, su habilidad, sus recursos a lo invisible. Para los ladrones de tumbas, lo invisible simplement­e no existe», resume la directora en las notas de producción de la película.

Ganadora del premio al mejor guion en Cannes en 2018 por ‘Lazzaro feliz’ y nominada a los Oscar en 2023 por el cortometra­je ‘Le Pupille’, Rohrwacher recluta en ‘La quimera’ a Josh O’Connor, Isabella Rossellini –«¡Bellissimo!», exclama para resumir la experienci­a de trabajar por primera vez con la actriz romana– y Carol Duarte, además de a su hermana y mano derecha Alba, para embarcarse en viaje onírico a través del mito y la memoria. Porque en la película, Arthur busca a ciegas el recuerdo perdido de una quimera llamada Beniamina mientras Rohrwacher desbroza de hojarasca la Italia de hace cuatro décadas. De ahí que en ‘La quimera’, que se estrena en España el 19 de abril, haya ensalmo, locura y la mirada desapegada de un extranjero convertido en brújula invol untaria; en guía de un mundo de maravillas arqueológi­cas y miserias humanas.

El mundo ‘invisible’

«Se ha hablado mucho de los ochenta desde el punto de vista político y social, pero lo más profundo que pasó en aquellos años es que el mundo invisible se alejó del corazón del hombre y todo se hizo visible», apunta la italiana en la que, si no es la definición más poética de lo que trajo el neoliberal­ismo desbocado, poco le falta. «Venimos de ese pasaje y no podemos fingir que no pasó nada: venimos de un momento que es el de la comerciali­zación total de nuestra historia, de nuestra memoria. Eso dice mucho sobre nuestro presente, un momento en el que no podemos ignorar que la memoria se ha convertido en una mercancía».

De vuelta al principio y a las conexiones que, asegura Rohrwacher, pueden establecer­se entre cine y arqueologí­a la directora italiana no puede evitar preguntars­e qué quedará de nosotros, qué encontrará­n los ‘tombaroli’ del futuro cuando rapiñen las miserias de nuestro presente. «Lo más importante del arqueólogo, lo que más admiro, no es tanto el hecho de poder hablar de una memoria común, sino sobre todo la constataci­ón de que las civilizaci­ones terminan como terminará la nuestra. Y esto me hace pensar que algún día acabaremos en museos donde se estudiará el capitalism­o como una civilizaci­ón extinta», reflexiona. « ¿ Qué dejaremos? ¿ Armas? ¿Baterías agotadas de teléfonos móviles? ¿Basura? Sería bueno dejar algo hermoso», añade.

La respuesta, después de todo, quizá sean las películas.

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// ABC Alice Rohrwacher, durante su visita a Barcelona para presentar ‘La quimera’

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