ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Barcelona se queda sin ver al heredero

Alcaraz renuncia al torneo para seguir recuperánd­ose de su lesión en el antebrazo

- SERGI FONT

Sorpresa y desilusión entre los aficionado­s al tenis. Aunque llegaba con precaución y entre algodones, había esperanza de que Carlos Alcaraz disputara esta edición del Conde de Godó, pero el murciano comunicó ayer su baja de última hora al resentirse de sus molestias en el antebrazo derecho. «He estado trabajando en Montecarlo, intentando recuperarm­e hasta el último minuto de la lesión en el músculo pronador redondo de mi brazo derecho, pero no ha sido posible y no puedo jugar. Esperaba con ganas poder hacerlo», explicó el número tres del mundo, campeón en las dos últimas ediciones y que había quedado encuadrado en la misma parte del cuadro que Rafael Nadal, que debuta mañana.

«El jugador murciano se ha resentido de la lesión que sufrió la semana pasada en Montecarlo, no tuvo buenas sensacione­s en su entrenamie­nto de ayer y, pese a haberlo intentado hasta el último momento, no estará en el Barcelona Open Banc Sabadell», anunció el torneo tras conocerse la ausencia del número 3 del mundo. Una baja de las grandes porque se anhela más que nunca un reencuentr­o entre el murciano y el balear, que no comparecen en un mismo torneo oficial desde París-Bercy en 2022, más allá de la exhibición de Las Vegas en marzo.

El balear sí ha tenido buenas sensacione­s en sus entrenamie­ntos en la pista que lleva su nombre del club barcelonés. Comenzó con tiento ante David Jordà el miércoles, pero ha ido subiendo de nivel con enfrentami­entos ante Alejandro Davidovich y un set de nivel ante Andrey Rublev (ganó 6-1). Salvo algún contratiem­po de última hora, el balear debutará mañana contra Flavio Cobolli (21 años y 63 del mundo), en su primer partido después de 102 días de aquellos cuartos en Brisbane en los que sufrió un microdesga­rro muscular, y 681 días desde su último torneo en tierra batida, en aquella final de Roland Garros de 2022 que supuso su decimocuar­to entorchado en París y, hasta ahora, el último trofeo en su colección.

Tsitsipas vence a Ruud y reconquist­a Montecarlo (6-1, 6-4)

guaje para ser diferente a los demás. Sería una mezcla entre un artista, un gimnasta, un actor y un músico.

—¿Qué aspira a transmitir?

—A nivel competitiv­o, confianza, maestría y dominio sobre lo que hago. De una forma más personal, intento drenarme de todas esas emociones que pueda tener, que a veces son mejores y otras peores. Cuando acabo me siento vacío, y lo que espero es que el que me haya visto sienta ese derroche energético.

—¿Cuál es su punto fuerte?

—El nivel interpreta­tivo es donde más puntos suelen darme. No tanto en la parte física o artística, sino en la de performanc­e, que implica cómo estás siendo de espontáneo, cómo estás siguiendo la canción, cómo vas introducie­ndo tus movimiento­s a lo que está ocurriendo... Es lo que más trabajo.

—Le he escuchado decir que convive con dos partes de sí mismo. Juan sería su yo tranquilo y Xak, el guerrero. ¿Qué le dice Juan a Xak?

—Leí un libro que decía que todos tenemos dos ‘yoes’, uno que habla y otro que escucha. Creo que es cierto. Hay alguien dentro de ti que cuenta cosas a otro, que solo recibe los mensajes. Juan siempre le dice lo mismo a Xak: ‘no llegues al punto de esfuerzo en el que dejes de disfrutar’. Alguna vez he pasado esos límites y me han provocado una frustració­n mental que me ha obligado a buscar ayuda psicológic­a. Crucé un límite de entrenamie­ntos que no era sano y ya no me gustaba lo que hacía. hubiese preparado otros Juegos. Tengo más proyectos de vida, muchos relacionad­os con el breaking y la enseñanza. Y por otro lado, siento que nos han invitado a una casa que no es la nuestra, y tenía claro que mi invitación se acabaría y volvería a lo de siempre. En realidad, me siento un privilegia­do porque en mi época haya ocurrido todo esto y lo haya podido vivir. Lo veo como un regalo, no como algo que nos hayan dado y ahora nos quieran quitar.

—Ese regalo, entre otras cosas, le ha llevado a convivir con otros deportista­s en un Centro de Alto Rendimient­o. ¿Llegar a un sitio así pasada la treintena, es mejor o peor que hacerlo de jovencito?

—Es mejor en cuanto a la forma en la que soy capaz de lidiar con todo esto. Veo a gente allí con mi mismo objetivo a quienes les pasa factura anímicamen­te. En cambio, a mi edad tengo una capacidad para gestionar los problemas en la que es muy difícil verme llorando en un entrenamie­nto. Tengo más control de mi cuerpo, de mi mente, de gestionar lo que me rodea. Por otro lado, siento que estoy más expuesto a lesiones de lo que pueden estar otros deportista­s que son quince o veinte años más jóvenes. Allí a veces no me atrevo a decir mi edad. A lo mejor viene una chica de rítmica que con 23 años ya se ve mayor y pienso: ‘¿pero qué me estás contando?’. Luego digo que tengo 37 y se quedan todos con la boca abierta.

—¿Qué se llevará de ese ambiente el día que lo deje?

—Mucha motivación. Tengo cerca a la gente de gimnasia artística, a Ray Zapata, a Alba Petisco... También a Carolina Marín. Cuando estoy allí y me paro a observar, veo una cantidad enorme de historias de superación, de sacrificio… Todo eso se impregna. La sensación al entrar es que allí se va a currar a tope.

—¿Antes no tenía esa capacidad?

—Sí, pero había días que me costaba más. Sobre todo apretar, quedarme un poco más. Allí salgo de la sala, escucho las voces de cómo entrenan los de gimnasia o los de judo y digo: ‘buah, entra otra vez y sigue’. De hecho, cuando me tocan entrenamie­ntos suaves prefiero no ir al CAR, porque corro el riesgo de fliparme y hacerlo demasiado intenso.

—¿Y el futuro?

—No descarto ninguna vía. Soy muy artístico, me gusta crear, pintar, la moda… Tengo el objetivo de escribir un libro sobre toda esta experienci­a. Ya sé hasta el título: ‘Cicatriz dorada’. La huella que van a dejar los Juegos en mí.

—Tomó una decisión difícil al apostar por el breaking. ¿Qué opinaba su familia y qué le dice ahora?

—Ellos lo han vivido de forma muy progresiva y un tanto confusa. Al principio les parecía muy bien que hiciera deporte, que viajara... Luego, cuando vieron que cada vez me ocupaba más tiempo, que perdía clase… Y cuando dije que me iba, que apostaba por el breaking en lugar de la abogacía, no lo apoyaron, pero me dejaron ser. Ahora ven que tengo estabilida­d económica y están tranquilos. Deseando sacar los billetes para París.

Oportunida­d olímpica «Siento que nos han invitado a una casa que no es la nuestra; tenía claro que se acabaría y volvería a lo de siempre»

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