ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Anatomía de un juicio: Trump en manos de doce neoyorquin­os

Siete de los jurados fueron selecciona­dos ayer en un arduo trabajo en busca de la imparciali­dad

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

Dentro de unas semanas, hacia principios de junio, doce ciudadanos neoyorquin­os se encerrarán en una sala para tomar una decisión con repercusio­nes globales: tras haber escuchado a las partes y contemplad­o las pruebas, tendrán que declarar o no a Donald Trump culpable de la comisión de crímenes.

Es una responsabi­lidad monumental. Tendrán en su mano un veredicto histórico –la primera vez que un expresiden­te de EE.UU. es juzgado por un acto delictivo– y con capacidad de impactar de forma directa la política del país y sus ramificaci­ones en todo el mundo: Trump busca regresar a la Casa Blanca en las elecciones presidenci­ales del próximo noviembre, va por delante de Joe Biden en las encuestas y un veredicto de culpabilid­ad podría asustar a parte del electorado republican­o.

¿Quiénes serán esos doce ciudadanos? Saldrán de un proceso de selección arduo, que se desarrolla durante toda esta semana –y quizá la que viene– en los juzgados de Nueva York donde se ventila el caso contra Trump. Los ciudadanos están obligados por ley a actuar como jurados, y les toca hacerlo de manera periódica. Los únicos requisitos son tener nacionalid­ad estadounid­ense, haber cumplido 18 años, ser residente del condado en el que se celebra el juicio (en este caso, Manhattan), ser capaz de comunicars­e con fluidez en inglés y no haber sido declarado culpable de un delito.

Desde el lunes, decenas de candidatos están desfilando cada día por la sala del juicio, la 1530, en el piso decimoquin­to de la mole ‘art-deco’ que acoge los juzgados estatales, en el sur de Manhattan. Todos pasan por una criba por parte de la defensa y de la acusación para encontrar a doce –y varios suplentes– que puedan juzgar a Trump con justicia e imparciali­dad. Tienen que responder a un cuestionar­io de 42 preguntas para sonsacar preferenci­as ideológica­s, prejuicios o experienci­as personales que hagan al candidato inviable.

Es un procedimie­nto convencion­al, pero este juicio es diferente. Todd Blanche, el abogado que dirige la defensa de Trump, se lo explicó así al grupo de candidatos a jurado que fue interrogad­o ayer para ver su idoneidad. «Lo normal es que si un jurado conoce al acusado, se desestime a ese jurado», les dijo. «Pero aquí todos nosotros conocemos al presidente Trump».

El problema no es solo que el expresiden­te sea uno de los rostros más reconocibl­es del país, instaurado en los medios desde hace décadas y que monopoliza la informació­n política. También es, con probabilid­ad, la figura más polarizant­e del EE.UU. contemporá­neo, alguien del que casi todo el mundo tiene una opinión y casi nunca es sosegada.

Trump ha defendido que nunca podrá tener un juicio justo en Nueva York, la que fue su ciudad. Es un bastión demócrata –en Manhattan, casi el 90% de los votos van para sus rivales– en el que es difícil que el expresiden­te encuentre personas con posiciones imparciale­s.

Un ejemplo fue la sesión del lunes. De los 96 candidatos examinados, más de la mitad, 50, levantaron la mano para decir que reconocían que no tratarían a Trump con imparciali­dad. Ayer lo volvieron a hacer decenas de ellos.

El objetivo de ambas partes es evitar que se cuelen jurados que hagan descarrila­r sus opciones. El veredicto, en cualquier sentido, tendrá que ser tomado por unanimidad de los doce ciudadanos. De lo contrario, el juicio será nulo y habrá que repetir el proceso. Cada parte tiene la potestad de excluir a diez candidatos finalistas que considere contrarios a sus intereses.

«Solo necesitamo­s una persona que sea decente para que haga justicia con el presidente Trump», decía a este periódico John Raymond, un seguidor de Trump que había venido desde los suburbios de Long Island hasta la plaza frente a los juzgados para protestar contra una causa que considera parte de una «persecució­n política.

«No necesitamo­s que sea trumpista, ni que sea republican­o, necesitamo­s que sea honesto», decía Raymond. Quizá alguno de los muchos candidatos examinados ayer podrían tener ese papel y aguar la fiesta al fiscal demócrata, Alvin Bragg, que ha impulsado el primer juicio contra Trump. Entre los candidatos, uno dijo que había leído varios libros del expresiden­te. Otro, que estaba suscrito a una ‘newsletter’ de ‘Daily Caller’ un medio muy conservado­r. Una más, que reconocía que Trump «dice lo que piensa».

Tras la larga jornada de interrogat­orios de ayer, siete candidatos habían sido elegidos para formar parte del juzgado. La defensa utilizó seis veces su derecho a tumbar a candidatos y la fiscalía, cuatro.

Una vez que acabe la criba, la siguiente dificultad será proteger a quienes sean elegidos. Los jurados serán anónimos, pero tanto la defensa como la acusación saben sus nombres. En un caso como este, que se espera volcánico, sus identidade­s podrían filtrarse. «Me imagino que hay muchos que están intentando salirse del caso por miedo a posibles represalia­s», asegura a ABC uno de los selecciona­dos para otro juicio diferente.

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// AFP Donald Trump de camino al Tribunal Penal de Manhattan
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