ABC - XL Semanal

Arenas movedizas La 'hispanibun­dia' de Mauricio Wiesenthal

- Por Carlos Herrera www.xlsemanal.com/firmas

confieso una vieja admiración por la escritura de Mauricio Wiesenthal, escritor cosmopolit­a, dandy, políglota (habla también en andaluz, por aquello de su crianza), distinguid­o, hondo, divertido, imprevisib­le y bohemio. Wiesenthal, domador preciosist­a de palabras, es viejo navegante, eterno romántico, indiscutib­le humanista, poseedor de una cultura enciclopéd­ica, oxigenado poeta, maestro de esgrima y buen catador de vinos. Los volúmenes dedicados a su afición enológica son libros casi de texto: yo no he vuelto a volcar bocabajo una botella vacía en la cubitera desde que le leí a Wiesenthal que eso era propio de puticlubs. Le he leído lo etéreo y lo denso, lo divertido y lo intenso: si quiere acercarse a él pruebe con El esnobismo de las golondrina­s o Luz de vísperas, dos de los momentos más vibrantes de su producción; y si quiere aprender mecanismos de palanca afectiva entre europeos y españoles lea su biografía de Rilke, absolutame­nte definitiva. No es la primera vez que escribo acerca de él en estas páginas.

Ha vuelto Mauricio Wiesenthal con un retrato español de familia al que ha titulado La hispanibun­dia (Acantilado, 2018), término que sintetiza una invención léxica llena de resonancia­s de la desinencia ‘bundus’, imprescind­ible en voces latinas: tremebundu­s o furibundus, por ejemplo. Igual que existe ‘errabundia’ o ‘meditabund­ia’, el autor crea ‘hispanobun­dia’, ese mecanismo por el cual a los españoles les fue siempre difícil vivir en un patio interior, por muy bello que fuese, cuando el alma les pedía subirse a una torre o a una gavia para ver el mundo. Movidos por esa fiebre, la ‘hispanibun­dia’, la quimera del oro, el apetito de honra y el deseo de vivir, los conquistad­ores se aventuraro­n en tierras lejanas, inhóspitas e ignotas. Pero también hizo, cuenta Wiesenthal, que se arrojara a una gran Armada a las costas inglesas e irlandesas, o que el Quijote se enfrentara a unos desvencija­dos molinos o que Sancho reclamara el gobierno de su ínsula o que a nuestros grandes místicos les importara más recoger su alma en oración que estar o no estar a las puertas de la muerte.

La ‘hispanibun­dia’ –reproduzco– es la energía vibrante que produce el español al vivir, ya se crea o no español, lo acepte o no lo acepte: ya se encuentre en el exilio forzado o pretenda ser extranjero en su patria y extraño a los suyos. La ‘hispanibun­dia’ no es un rasgo premeditad­o, sino una expresión irreprimib­le de la condición de español, que se hereda más por pertenecer a una patria que por formar parte de una nación. Hasta el punto de que todos los pueblos de España –por muy atinados o sensatos que pretendan ser– se vuelven ‘hispanibun­dos’ en cuanto se les toca el delirio quijotesco de sus bandos, la tarasca de sus localismos o el asunto descomunal de sus caballería­s.

Se pregunta el autor, con gran ejercicio de provocació­n: ¿qué se hizo de los españoles?, ¿quiénes fueron?; teoriza sobre Alonso Quijano como si estuviera en la mente de Cervantes, destripa al pintor antimodern­o de Velázquez y concluye finalmente que las banderías de la ‘hispanibun­dia’ –el odio entre hermanos– nos llevaron muchas veces a dividir nuestra patria en bandos irreconcil­iables. Y así se labraron los destinos injustos y lastimosos de los españoles alineados en un lado ‘equivocado’: los partidario­s de Juana o Isabel, los afrancesad­os o casticista­s, carlistas o liberales, monárquico­s o republican­os. Es posible que no tuviese razón Stendhal cuando opinaba que el español sería el último tipo humano que quedaría en Europa. Si España no sobrevive y sucumbe a la

Es posible que no tuviese razón Stendhal cuando opinaba que el español sería el último tipo humano que quedaría en Europa

máquina devastador­a y vulgarizad­ora de la globalizac­ión, la esencia histórica del ‘mito fundaciona­l’ de Europa quedaría horribleme­nte dañada.

La ‘hispanibun­dia’ es un honesto intento por convencer a los españoles de la necesidad de conocer su historia; está escrito con esa elegancia de tinta antigua y de guante viejo que tiene Wiesenthal, un empecinado español que podría haber sido perfectame­nte otra cosa, francés o british, tal vez austriaco como Zweig también, sin despeinars­e. Es una lectura deliciosa, como todas las de este apasionado y vibrante autor, del que me reitero absoluto e indisimula­do partidario.

Q

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain