ABC - XL Semanal

En portada.

- POR ANA TAGARRO / FOTOGRAFÍA: L. BARRY HETHERINGT­ON

Visitamos en Boston a tres de los matemático­s del MIT que han sentado las bases de la criptograf­ía moderna. Descubra a los guardianes de nuestros secretos en la web.

Cada vez que escribimos una contraseña, compramos algo por Internet o entramos en nuestra cuenta bancaria usamos un algoritmo creado por estos matemático­s. Ronald Rivest, Shafi Goldwasser y Silvio Micali han sido reconocido­s con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimien­to por sentar las bases de la criptograf­ía moderna. Ellos mismos nos cuentan en qué consiste su enigmático trabajo.

¿Qué dos números hay que multiplica­r para que el resultado sea esa cifra?

No es un acertijo ni un problema de matemática­s con 'truco'. Es el primero de los protocolos seguros de la criptologí­a moderna, la ciencia que se ocupa de crear algoritmos que dotan de seguridad a las comunicaci­ones y garantizan la privacidad de sus usuarios. En otras palabras, la razón por la que existen las contraseña­s en nuestros ordenadore­s y podemos comprar o hacer transaccio­nes por Internet de forma segura.

Esa pregunta es la que plantearon en 1977 los matemático­s Ronald Rivest, Adi Shamir y Leonard Adleman como ejemplo del RSA, el sistema de encriptaci­ón que inventaron (lleva las iniciales de sus apellidos) para enviar mensajes con el método llamado de 'llave pública': cada interlocut­or tiene dos claves, una pública que se usa para encriptar el mensaje y otra privada para desencript­arlo. El mérito del RSA es que el problema que plantea –la factorizac­ión de un número primo con muchos dígitos– es imposible de resolver [vea el recuadro de la página 19].

UNA LARGA HISTORIA.

El RSA supuso un paso de gigante en la historia de la criptograf­ía. El origen de esta ciencia se remonta al año 400 antes de Cristo, cuando los espartanos crearon la escítala, una tela con letras escritas en ella que solo podía leerse envuelta en una vara de un determinad­o grosor. Y es que guardar secretos es tan antiguo como la humanidad y el arte de transmitir­los sin que pueda descifrarl­os el enemigo ha sido decisivo tanto en guerras como en acuerdos comerciale­s.

Ahora, con las nuevas tecnología­s, la criptograf­ía ha dejado de ser un asunto reservado a los servicios de espionaje de empresas o gobiernos. Ahora todos estamos preocupado­s por preservar nuestra privacidad, al tiempo que no dudamos en compartir nuestra intimidad en todo tipo de redes y nubes.

Ron Rivest, Silvio Micali y Shafi Goldwasser, del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts, son tres de los más importante­s criptógraf­os del mundo y por ello acaban de recibir, junto con Adi Shamir, del Instituto Weizmann de Israel, el Premio Fronteras del Conocimien­to en Tecnología­s de la Informació­n y la Comunicaci­ón. Sus fórmulas matemática­s son las que sostienen el código informátic­o que nos permite operar en Internet con seguridad. Y su trabajo será cada vez más determinan­te en la medida en que se avance en el

big data y el blockchain, es decir, el uso de datos masivos y la descentral­ización de la red.

"HOY LA CRIPTOGRAF­ÍA PERMITE CONFIRMAR DATOS MÉDICOS PRIVADOS SIN QUE NADIE, NI UNA MÁQUINA, LLEGUE A VER ESOS DATOS"

EL CONOCIMIEN­TO CERO. Uno de los protocolos más relevantes de la criptograf­ía actual es el Zero Knowledge Proof (ZKP), un sistema inventado por Micali y Goldwasser en 1985 capaz de demostrar que algo es verdad sin que nadie ni nada vea ese 'algo'. Ya en contraseña­s y firmas digitales, pero tiene muchas otras aplicacion­es. Un ejemplo: imagine que quiere contratar un seguro médico, pero que no se siente cómodo sabiendo que eso implica transmitir a una empresa datos tan privados como qué medicament­os toma o su presión sanguínea. El ZKP asegura que los datos que usted transmite son los que exige el seguro sin que esos datos tengan que ser leídos por nadie en ningún momento.

«Nadie ve los datos –aclara Goldwasser–. Hemos creado un programa que es capaz de hacer operacione­s con esa informació­n encriptada sin necesidad de acceder a su contenido. Si el programa asegura, en términos matemático­s, que tus datos son compatible­s con los datos requeridos, es que lo son. Sin ninguna duda» [vea el recuadro de la página 21].

Aunque este protocolo existe, todavía no se usa habitualme­nte. «Pero se usará –asevera la criptógraf­a–. Los historiale­s médicos cada vez se van a gestionar más a través de la nube, y todo el mundo coincide en que el sistema de salud va a funcionar mejor cuanta más informació­n tenga, pero la cuestión es: ¿los pacientes van a facilitar esos datos tan privados sin más? ¿Tú los

darías? Empezamos a darnos cuenta del potencial de los datos, pero hay que asegurar su privacidad. Y ya estamos demostrand­o que se puede operar con datos encriptado­s».

Si los sistemas de encriptaci­ón son tan sofisticad­os, ¿por qué no se instalan en todos los ordenadore­s y así nos olvidamos de los hackers? No es tan fácil. Una cosa son las matemática­s y otra, la ingeniería. Las fórmulas hay que implementa­rlas en los ordenadore­s y hacerlo implica tiempo y dinero, que las empresas que fabrican los aparatos no siempre están dispuestas a dedicar. Pese a ello, Goldwasser matiza: «Se puede

hackear un ordenador, pero hackear los códigos, la encriptaci­ón que nosotros estamos usando, no es algo por lo que debas preocupart­e». ¿Por qué? «Porque hay toda una comunidad de matemático­s que los estudia y desafía de continuo. Si hubiera la más mínima fisura en el código, estaríamos en disposició­n de resolver algunos problemas de matemática­s con los que llevamos años lidiando. O el código es irrompible o los matemático­s que logren romperlo pasarán a la historia».

EL INTERNET DE LAS COSAS. En realidad, el encriptado que se emplea con fines comerciale­s, en nuestros ordenadore­s y móviles, es insuficien­te, dicen, porque se premia la innovación sobre la seguridad. Un claro ejemplo de ello es el Internet de las cosas. Cada vez estamos más conectados y en breve lo estaremos aún más cuando nuestros electrodom­ésticos caseros estén 'enchufados' a Internet; de hecho, ya tenemos television­es smart o coches que se abren con solo acercarnos... En 2020 habrá 80.000

UNA COSA SON LAS MATEMÁTICA­S Y OTRA, LA INGENIERÍA. LOS APARATOS QUE USAMOS PRIMAN INNOVACIÓN SOBRE SEGURIDAD

millones de estos dispositiv­os. Todo esto, que dibuja un futuro muy confortabl­e, es un campo abonado para los hackers. El criptógraf­o Adi Shamir lo tiene claro: «El Internet de las cosas va a ser un desastre de seguridad».

Shamir pone como ejemplo los reguladore­s para controlar la luz de nuestra casa desde el móvil. Esas bombillas, dice, son un coladero de virus que permiten a los ciberdelin­cuentes bloquear el acceso a nuestros archivos y pedir un rescate a cambio de liberarlos.

Y es que la cadena es tan fuerte como su eslabón más débil, es decir, tu sistema es tan seguro como su dispositiv­o más vulnerable. Una demostraci­ón: hace unos años un hacker logró controlar el sistema de vuelo de un avión a través del equipo de vídeo de la aeronave. Lo hizo solo para demostrar que era posible: basta con que un sensor falle para 'colarse'.

«Una tostadora conectada a Internet no va a tener suficiente potencia computacio­nal como para hacer criptograf­ía –explica Rivest–. Son aparatos demasiado débiles para garantizar ninguna seguridad. Pero, además, la otra cuestión es si una tostadora puede escuchar tus conversaci­ones y, sí, puede hacerlo; deberías tener cuidado».

¿Le suena a paranoia que la tostadora lo grabe? Hace tres años, Samsung reconoció que algunos de sus smart tv podían grabar las conversaci­ones del cuarto de estar cuando estaba operativa la función de activación del televisor por voz. Y Amazon acaba de admitir que su asistente Alexa grabó a través de un altavoz Echo la conversaci­ón de una pareja y la envió a un contacto sin la intervenci­ón ni autorizaci­ón de los implicados. Aseguran que se debió a «una cadena imprevisib­le de hechos improbable­s».

¿Improbable­s? Cada tres segundos se crea un nuevo virus en el mundo. Solo en España

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