En primer plano.
Cocaína, cannabis, drogas de síntesis... España lleva años a la cabeza del consumo de drogas en Europa. Un problema que conocen bien en la ONG Proyecto Hombre, que atiende cada año a más de 16.000 adictos. Como los que dan la cara en este reportaje.
España sigue a la cabeza de Europa en consumo de drogas, una silenciosa epidemia que destroza vidas y familias. Pionero en nuestro país, el Proyecto Hombre acoge y rehabilita desde 1984 a 16.000 adictos cada año. Hablamos con algunos de ellos.
No ves la droga como un
problema, la ves como una solución. Yo empecé a consumir cocaína con 18 años, cuando uno de mis hermanos se mató en un accidente de tráfico, y empeoró tras sufrir una historia de malos tratos. Me costó mucho abrir los ojos a la realidad: iba a perder a mi hija y a mi familia».
Inmaculada (Sevilla, 29 años) es una de las más de 16.000 personas que pasan cada año por una comunidad terapéutica de Proyecto Hombre, la mayor ONG española dedicada al tratamiento de la adicción al alcohol y otras drogas. Otras 65.000 participan en los programas de prevención. La
asociación –que se define como aconfesional, apartidista y sin ánimo de lucro– cuenta con 27 centros y una plantilla de 1050 empleados reforzada por 2600 voluntarios. Los tratamientos están subvencionados y el paciente no está obligado a pagar, aunque se le informa del coste y puede hacer una aportación voluntaria.
VEINTE AÑOS CONSUMIENDO. Para un adicto no es fácil dar el primer paso. Cuesta mucho reconocer que se tiene un problema y cuesta aún más decir «hasta aquí hemos llegado». Lo habitual es que se intente después de 20 largos años consumiendo, muchas veces presionado por la familia. La edad media a la que se ingresa son los 38. Y las recaídas están a la orden del día, pero también las historias de éxito. En 2016 recibieron el alta 3165 pacientes.
Estoy separado y soy padre de un niño de cinco años. He comenzado dos veces el programa y las dos abandoné. Espero que a la tercera vaya la vencida. Esta vez he venido por convencimiento propio, no arrastrado por mi pareja y mi familia para que se calmara la cosa. Lo más complicado es expresar tus sentimientos, llorar delante de alguien. Lo mío era mío y de nadie más. Casi he llegado al final de la terapia y me preparo para reincorporarme al trabajo en un pueblo de Sevilla. He recuperado a mis padres; a mis hermanos, con los que no me hablaba. Y vuelvo a creer en mí. Vuelvo a sentir, tanto lo bueno como lo malo».