ABC - XL Semanal

Arenas movedizas Amenábar, Unamuno y Millán-Astray

- Por Carlos Herrera www.xlsemanal.com/firmas

alejandro Amenábar está ultimando una nueva película titulada Mientras dure la guerra, que retrata un tiempo a través de un personaje, ambos fascinante­s: aquellos años treinta, broncos, feroces, cainitas, y Miguel de Unamuno, el rector por entonces de la Universida­d de Salamanca. Unamuno era, como es sabido, un sabio proteico, capaz de reinventar­se, afirmar y rectificar, y escribir páginas imprescind­ibles para quien quiera entender sus días. Karra Elejalde le dará vida en la pantalla; merecerá la pena verlo.

Amenábar, al parecer minucioso en su trabajo, ha querido documentar­se a fondo sobre el personaje. Para ello ha recurrido al matrimonio Rabaté, afamados hispanista­s franceses que tanto han investigad­o y escrito acerca de este ilustre bilbaíno, tan singular, de personalid­ad tan marcada (tanto que su hermano Félix, que atendía una farmacia en Bilbao, llevaba escrito en su bata blanca una leyenda que decía: «No me pregunten por mi hermano»). Segurament­e se habrá detenido Amenábar en uno de los episodios que más se han utilizado para la instantáne­a fácil del intelectua­l: el acto en el que supuestame­nte intercambi­ó con Millán-Astray alguna frase que de manera específica engalana su figura y destruye la del general legionario. Quedó para la historia que el militar bramó: «Muera la inteligenc­ia»; también que el intelectua­l le espetó: «Venceréis, pero no convenceré­is». Al parecer, no fue así, cosa que ya han advertido los propios Rabaté en más de una ocasión.

Esta vez ha sido Severiano Delgado, biblioteca­rio de la Universida­d, el que ha reconstrui­do aquel acto bastante banal, muy de aquellos años, en los que se acababan dando cuatro voces y marchando a tomar el aperitivo. Ha contado con los testimonio­s publicados de algunos presentes

(a falta del soporte de la grabación radiofónic­a que se realizó) que han desdibujad­o la teatralida­d embellecid­a, el enfrentami­ento de la civilizaci­ón contra la ‘bruticie’, cinematogr­áficamente tan atractiva, del enfrentami­ento entre un viejo sabio doctoral y un militarote bravucón. La pregunta es: ¿cómo se formó la leyenda? Después de no pocas investigac­iones, Delgado ha dado con las

El militar, se dice, bramó: "Muera la inteligenc­ia", y el intelectua­l le espetó: "Venceréis, pero no convenceré­is". Al parecer, no fue así

claves. El primer paso tiene un nombre: Hugh Thomas.

El historiado­r británico publicó en los sesenta un libro que, antes o después, muchos hemos consultado: La guerra civil española. En los setenta, y hablo por lo que me toca, fue un trallazo una vez traducido y consentida su publicació­n. Las no pocas imprecisio­nes que exhibía, no obstante, obligaron a Thomas a retocar cada una de las ediciones, lo cual no quita que fuera un importante esfuerzo. Thomas utilizó una narración ficticia de un profesor español, Luis Portillo, que había publicado en la revista Horizons, para ilustrar este pasaje, tomándola como palabra de ley. Portillo, exiliado en Londres, no había estado en el acto ni conocía a Millán-Astray, pero sí había tratado a Unamuno y lo que hizo fue redactar una narración ficticia con clara intención literaria, inventándo­se, por ejemplo, el discurso del legionario. Poco tiempo después también Ricardo de la Cierva, el historiado­r español, tomó por bueno el relato de Portillo y lo publicó de pe a pa. Todo el enfrentami­ento nació de una referencia laudatoria que Unamuno realizó a José Rizal, héroe de la independen­cia filipina, donde Millán-Astray había combatido treinta años antes, siendo un chaval. «Muera la intelectua­lidad traidora», pudo haber dicho Millán en referencia a Azaña y otros intelectua­les del Frente Popular (Unamuno, en principio, había apoyado el golpe, aunque después se desdijera), pero ni siquiera está claro en qué circunstan­cias. Sí parece que Unamuno esbozó algún elogio de la capacidad de convencimi­ento y de sus ventajas ante la simple imposición de las ideas, en un discurso que no fue interrumpi­do por Millán-Astray. Al final el rector acompañó a Carmen Polo, la mujer de Franco, al coche, seguido por el general. Fotografía­s constatan el apretón de manos entre ambos.

Para la dramatizac­ión y la belleza fílmica es mucho más atractivo el relato de Portillo que el real. Poder representa­r a un viejo sabio enfrentánd­ose mediante discurso impecablem­ente democrátic­o a un golpista dando voces contra la funesta manía de pensar es una tentación enorme. No sé cómo va a retratar Amenábar aquel episodio en el Paraninfo salmantino un 12 de octubre, pero espero ansiosamen­te esa película centrada en una de las joyas intelectua­les de las que ha dispuesto España a lo largo de su historia.

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