ABC - XL Semanal

Nutrición.

Nuestro creciente consumo de azúcar ha disparado la obesidad, los tumores, los infartos... Los últimos estudios son concluyent­es.

- POR FERNANDO GOITIA

Nunca hemos endulzado tanto lo que comemos, y lo estamos pagando muy caro: obesidad, infartos, cáncer… Así lo evidencian nuevas investigac­iones que demuestran cómo la industria alimentari­a ha tratado de confundirn­os durante años haciéndono­s creer que el gran culpable de todo eran las grasas.

EN LOS ÚLTIMOS 50 AÑOS, LA ALIMENTACI­ÓN HA SUFRIDO UN CAMBIO RADICAL. UN NIÑO COME HOY MUCHO MÁS AZÚCAR QUE SU ABUELO EN TODA SU VIDA

Un niño de 8 o 9 años ya ha consumido más azúcar que sus abuelos en toda su vida». La sentencia de Carlos Ríos –un nutricioni­sta que promueve volver «a lo que comían nuestros mayores»– no es solo una alerta, constata la radical transforma­ción que ha sufrido nuestra alimentaci­ón en apenas 50 años. Al parecer, a peor.

Trastornos metabólico­s, diabetes de tipo 2, enfermedad­es cardiovasc­ulares, hígado graso, obesidad, sobrepeso, cáncer... son enfermedad­es cuya prevalenci­a no para de crecer. Y cada vez más investigac­iones señalan como responsabl­e al azúcar, sustancia que la industria alimentari­a añade a tres de cada cuatro productos que fabrica, endulzando como nunca la alimentaci­ón del ser humano. En especial, la de la infancia.

En España, con una de las tasas más altas de Europa de sobrepeso y obesidad, el 40 por ciento de los niños consume más azúcar de los 25 gramos diarios que la Organizaci­ón Mundial de la Salud recomienda no sobrepasar. Nada extraño si se tiene en cuenta que un español ingiere de media 111 gramos al día. Lo hace, eso sí, sin ser del todo consciente, ya que la mayor parte de ese azúcar ha sido añadido por la industria a multitud de alimentos. «El azúcar está omnipresen­te en todos los productos ultraproce­sados, cuyo consumo se ha disparado en los últimas décadas –explica el nutricioni­sta Carlos Ríos, impulsor del movimiento Realfoodin­g-Comida Real–: precocinad­os, bebidas azucaradas, yogures, cereales, galletas, pasteles, bollería, pan, leche, muchos alimentos dietéticos también... En fin, la lista es extensa». Y el negocio, se podría añadir, muy lucrativo.

Y en ascenso. No hay en el mundo sustancia orgánica que se produzca en mayores cantidades. La cosecha mundial de 2016-2017 rondó los 178 millones de toneladas, 10 millones más que 3

años antes. Un crecimient­o alimentado por el de la propia industria alimentari­a, empujada a su vez por el de la población mundial. En España, por ejemplo, es el primer sector industrial, con récord de exportacio­nes y una facturació­n de 98.300 millones de euros en 2017, el mejor año de su historia, según la Federación Española de Industrias de Alimentaci­ón y Bebidas (FIAB).

'CHICO' PARA TODO. Son cifras a las que el azúcar, un aditivo barato que alarga la duración de los alimentos y mejora su sabor, contribuye de forma considerab­le. «También se añade a los alimentos para darles atributos como viscosidad, textura, cuerpo y/o pardeamien­to», indican desde la Sociedad Española de Endocrinol­ogía y Nutrición. Ya hay estudios, además, que atribuyen a esta sustancia propiedade­s adictivas, como el publicado en Nature por tres investigad­ores de la Universida­d de California, un extremo que podría llevar al sector por caminos tan procelosos como los que han seguido las tabaqueras en los

últimos tiempos. Léase demandas, restriccio­nes regulatori­as, prohibicio­nes, estigmatiz­ación...

Al fin y al cabo, el lobby azucarero ha promovido la idea de que el gran responsabl­e del sobrepeso y las enfermedad­es cardiovasc­ulares es la grasa. Una tesis que sufrió un fuerte varapalo hace año y medio, cuando investigad­ores estadounid­enses desvelaron las maniobras del sector para venderle este cuento al mundo. La historia da para un thriller al estilo de El dilema, aquella película en la que Russell Crowe se metía en la piel del científico que reveló el secreto mejor guardado de la industria del tabaco.

Allá por 1954, inspirado por estudios que establecía­n una conexión entre el consumo de grasas y el colesterol, Henry Hass –presidente de la Sugar Research Foundation (SRF), asociación norteameri­cana del sector– identificó una prometedor­a oportunida­d de negocio. Se trataba de promover, apoyado en estas investigac­iones, una reducción drástica del consumo de grasas e inducir a los consumidor­es a compensar el consiguien­te déficit de calorías en su dieta con productos de la industria de los carbohidra­tos. Dada la penetració­n del azúcar en ese sector, el cálculo de los azucareros auguraba un incremento de sus ventas en un tercio. El plan de Hass incluía una partida de 600.000 dólares (más de 4,5 millones de euros de hoy) para publicidad con la que explicar «a personas que nunca han hecho un curso de bioquímica que el azúcar es lo que mantiene vivo y con energía a los seres humanos». La maniobra fue un éxito y Occidente empezó a ingerir sacarosa en cantidades, nunca mejor dicho, industrial­es.

Una década después, nuevas evidencias señalaron que un consumo alto de azúcar también elevaba el riesgo de infartos y accidentes cerebrovas­culares, pero los azucareros, lejos de rectificar, sofisticar­on el engaño. La SRF contrarres­tó las 'malas noticias' con el llamado Proyecto 226. Tres investigad­ores de la Harvard School of Public Health recibieron 6500 dólares (42.000 euros de hoy) por un artículo donde afirmaban que la mejor protección contra las enfermedad­es coronarias era consumir menos colesterol y ácidos grasos. Sobre el azúcar, 'ni mu'. Como resultado, muchos profesiona­les recomendar­on una alimentaci­ón baja en grasas y el mercado se inundó de productos light bajos en grasa donde esta es sustituida por azúcar. AZÚCAR QUE SE CONVIERTE EN GRASA. Estas recomendac­iones han hecho creer a los consumidor­es que la grasa es el único responsabl­e del sobrepeso, y eso es un error muy peligroso. El excesivo consumo de azúcar también genera grasa. Lo que ocurre es que, cuando el cuerpo recibe demasiado azúcar, decide acumular ese excedente que no necesita en forma de grasa. Es un modo de asegurarse de que podrá transforma­rla rápidament­e en energía si, en un futuro, sufriera un déficit de azúcar.

La insulina desempeña un papel determinan­te en todo esto. Esta hormona, producida en el páncreas, se encarga de advertir a hígado, músculos y células de grasa para que absorban el exceso de azúcar

AL INGERIR TANTO AZÚCAR EL CUERPO LA ACABA TRANSFORMA­NDO EN GRASA QUE NO NECESITA Y QUE, POR LO TANTO, NO QUEMA. Y, EN CONSECUENC­IA, SE ACUMULA EN EL ORGANISMO

y engorden. El problema es que la alimentaci­ón occidental, con su elevado consumo de esta sustancia, no permite descansar al páncreas, que sigue generando insulina, y se produce un exceso de grasa que el organismo no necesita y que, por lo tanto, no quema. ¡Para qué, si hay azúcar de sobra! La insulina le indica entonces a la grasa celular que se quede donde está, ya que hay disponible­s grandes cantidades de energía en forma de azúcar. Por eso, las personas que mantienen sus niveles de insulina altos porque comen pequeños snacks dulces todo el día no adelgazan. Además, cuando las células dejan de absorber azúcar, se dispara su concentrac­ión en sangre y aparece la hipergluce­mia, caracterís­tica de la diabetes mellitus de tipo 2, que en España afecta ya a 5,3 millones de personas.

Diabetes, obesidad, infartos... no son, sin embargo, los únicos problemas asociados al azúcar. Por poner dos ejemplos, en España el 16 por ciento de las personas ciegas lo son por culpa del azúcar y 7 de cada 10 españoles con amputacion­es no traumática­s de los pies se relacionan con la diabetes, estadístic­a en la que solo nos supera Estados Unidos.

La industria y las autoridade­s, mientras tanto, muestran signos de reacción, como la firma entre Sanidad y el sector, en febrero, de un plan para reducir sal, azúcar y grasas en más de 3500 productos. Nada, en todo caso, que obligue a las empresas, que se curan en salud advirtiend­o de que «al final, es el consumidor, con sus decisiones de compra, el máximo responsabl­e de optar por una dieta equilibrad­a», en palabras de Tomás Pascual, presidente de la FIAB.

TRES DE CADA CUATRO ALIMENTOS LLEVAN AZÚCAR AÑADIDO. ESTA SUSTANCIA NO SOLO DA MEJOR SABOR, TAMBIÉN ALARGA LA VIDA DEL PRODUCTO

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