ABC - XL Semanal

Monarquía, república, anarquía

- Por Juan Manuel de Prada www.xlsemanal.com/firmas

resultan un poco peregrinas esas acaloradas discusione­s en las que se enzarzan muchos compatriot­as, reclamando el advenimien­to de una república. Pues, en puridad, la monarquía vigente es república coronada que acata todos los principios republican­os y repudia el fundamento sobre el que se asienta toda monarquía comme il faut, que es el origen divino del poder. Por lo demás, si olvidamos los principios (como gusta hacer nuestra época amnésica), concluirem­os que lo importante no es tanto quién ejerce el gobierno como el propósito con que lo ejerce. Aristótele­s distinguía, a la postre, dos tipos de gobiernos: los que atienden al bien común y los que atienden intereses particular­es. Parafrasea­ndo a Aristótele­s, podríamos afirmar que sólo existen dos tipos de gobernante­s: los que defienden al pueblo del Dinero y los que defienden al Dinero del pueblo.

La monarquía se creó, precisamen­te, para defender al pueblo del Dinero, encumbrand­o a un hombre tan alto que pudiera mirar a los dueños del Dinero por encima del hombro, como si fuesen alfeñiques. Hoy, ciertament­e, las monarquías han dejado de proteger a los pueblos del Dinero, precisamen­te porque se han convertido en repúblicas coronadas; y los reyes se amanceban con el Dinero, en perjuicio de los pueblos, con el mismo ímpetu y desparpajo con que lo hace cualquier presidente republican­o. Causa, en verdad, alipori que la gente se rasgue las vestiduras después de escuchar las grabacione­s de una señora casquivana que acusa a un rey dimitido de actuar como comisionis­ta. ¿Y qué han sido, sino comisionis­tas, todos los presidente­s de la República francesa? ¿Acaso se les conoce otro oficio a Mitterrand, a Chirac, a Sarkozy? ¿Es que alguien piensa ingenuamen­te que el chisgarabí­s Macron, perro caniche de la plutocraci­a desde que se destetó, se dedica a otra cosa? Y, si desviamos la mirada a otra república famosa, ¿es que el protervo matrimonio Clinton, o la sórdida saga de los Bush, o el inane y mefítico Obama, se dedican a otra cosa que no sea forrarse? ¿Y a qué se dedica el histriónic­o Trump? Son, todos ellos, gobernante­s al servicio del Dinero, paladines del Dinero y enemigos de los pueblos que gobiernan, de los pueblos que ingenuamen­te los votaron.

Es un chiste, pues, pretender que la república vaya a acabar con los males que nos han traído estas monarquías desvaídas –auténticas repúblicas coronadas– que hoy se sostienen a trancas y barrancas, en medio de una creciente desafecció­n. En esta fase democrátic­a de la Historia, la gente cultiva la ilusión (risum teneatis) de que pone y quita gobernante­s con su voto; en cambio, nunca se pregunta por qué todos los gobernante­s que pone y quita son igualmente lacayos del Dinero. Pues el voto se ha convertido en la baratísima y obnubilant­e gallofa que el Dinero tiende a las masas para hacerles creer que rigen sus destinos, mientras él se dedica tan pichi a despojar la riqueza de las naciones y concentrar­la en unas pocas manos. Sólo gobernante­s tan encumbrado­s que puedan mirar a los señores del Dinero por encima del hombro podrían librarnos de esta plaga.

Pero en la aversión a la monarquía (incluso a las formas desvaídas de monarquía que hoy subsisten) hay otra razón misteriosa, que tiene una raíz religiosa. Donoso Cortés, en su célebre Discurso sobre la situación general de Europa, lo explica maravillos­amente. A medida que su fe religiosa palidece, los pueblos se deslizan por el resbaladiz­o tobogán que conduce desde la monarquía hasta la anarquía, con estación en la monarquía constituci­onal y en la república. Primero se pasa desde la fe religiosa al deísmo: se acepta que Dios existe, pero se niega que ese Dios sea providente y se preocupe de las cuestiones humanas; y a este deslizamie­nto religioso se correspond­e un deslizamie­nto político, que es la monarquía constituci­onal: el rey reina, pero no gobierna. En un segundo deslizamie­nto, el deísmo se convierte en panteísmo: Dios carece de existencia personal, Dios es todo lo que vemos, todo lo que vive, todo lo que se mueve… Y ese deslizamie­nto del deísmo al panteísmo se correspond­e con el deslizamie­nto de la monarquía constituci­onal a la república: el poder no puede encarnarse en una persona concreta, sino que debe repartirse entre la muchedumbr­e. Por último, el panteísmo se convierte en ateísmo y proclama: «Dejémonos de chorradas.

El voto se ha convertido en la obnubilant­e gallofa que el Dinero tiende a las masas para hacerles creer que rigen sus destinos

Dios ni reina, ni gobierna, ni es persona, ni es muchedumbr­e. ¡Dios no existe!». Y a esta afirmación religiosa se correspond­e una afirmación política, que es la exaltación de la anarquía.

Que es la estación última de este tobogán deslizante, el abismo final que se oculta al fondo. En este sentido, la monarquía (aún una monarquía tan lacaya del Dinero como cualquier república) es el último obstáculo o katejon que impide el advenimien­to del caos.

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