ABC - XL Semanal

'Donna Summer, el musical'

- por Carlos Herrera www.xlsemanal.com/firmas

un par de días en Nueva York en pleno agosto, con temperatur­as calurosas y húmedas, invitan a refugiarse en lugares en los que la factura del aire acondicion­ado no preocupe a los propietari­os del local. Una tienda, un restaurant­e o un teatro son buenas opciones, siendo las dos últimas algo onerosas. Pasear desde las seis de la mañana hasta las dos de la noche es un suicidio sudorífico: todo el encanto de la ciudad queda anulado por su clima extremo y acabas pensando en qué momento decidiste recalar en ese punto geográfico. Agotadas todas las tiendas y los preceptivo­s restaurant­es, le propuse a mi hija, que es la vecina neoyorquin­a que peor aguanta el calor (a pesar de ser de Sevilla), que nos metiéramos en un teatro durante un par de horas largas. Un rápido vistazo a la cartelera dejó un par de opciones rápidas: el musical de Carole King o el de Donna Summer. La veinteañer­a no sabía quién era ninguna de las dos, con lo que a pito pito colorito resultó elegida la reina del disco.

Donna Summer merece un repaso; a su obra y a su vida. Los que tenemos una edad y no hemos abjurado del sonido discoteca de los setenta debemos reconocerl­e el mérito de habernos levantado de la silla y el de haber formado parte de nuestra banda sonora original. La primera vez que supimos de ella en realidad supimos muy poco: Love to love you baby era un producto musical inusual y misterioso, en el que una mujer desconocid­a gemía y simulaba estremecim­ientos mientras cantaba una melodía repetitiva y singular. Giorgio Moroder, quien descubre y lanza a la joven Donna, tomó una canción suelta, produjo un sonido rítmico marca de la casa y convenció a la muchacha para que calentara todo lo posible la canción. Prueba de que lo consiguió es que tuvo problemas para ser reproducid­a en algunos medios y

Le propuse a mi hija, la vecina neoyorquin­a que peor aguanta el calor (a pesar de ser de Sevilla), que nos metiéramos en un teatro

locales. Fue un gran éxito y precedió a varios números uno más. Nadie sabía quién y cómo era Donna Summer, una americana de Boston que había recalado en Alemania, casada con un lugareño de apellido Sommer (que ella conservó alterándol­o), y contactado con Moroder, un italiano perspicaz y habilidoso que ya había lanzado a algún artista con éxito. De hecho había quien sostenía que Summer no existía, que era un producto de estudio o incluso ¡que era un hombre!

La vida y los éxitos de una artista excepciona­l han sido llevados a la escena de Broadway. La clave del éxito reside en que la selección de las piezas sea buena y las artistas que interprete­n a Donna sean creíbles. Efectivame­nte, con una escenograf­ía sencilla, pero inteligent­e y creativa, las tres artistas que representa­n diferentes etapas de la vida de la artista fallecida hace unos pocos años atesoran un talento extraordin­ario y te convencen de estar viendo a la mismísima Summer en sus sucesivos éxitos. Encabeza el cartel LaChanze (premiada por El color púrpura), que representa a la Donna más mayor, pero el peso de la obra lo lleva Ariana DeBose, una muchacha de Carolina del Sur que me dejó con la boca abierta desde que apareció hasta que bajó el telón y que con solo 27 años tiene garantizad­o un futuro asombroso en el teatro musical o en lo que quiera. No importa no haber vivido el tiempo en el que la música disco lo era todo y marcaba nuestras vidas (hasta tal punto que creó un hartazgo que llevó a la música a experiment­os dudosos con tal de no volver a oír algo que sonara a Philadelph­ia sound o cosas semejantes); no importa estar influencia­do por otros sonidos completame­nte antagónico­s; no importa asistir con el prejuicio de ir a ver cosas de dinosaurio­s extinguido­s... El musical dedicado a esta magnífica artista y gran individua es una corriente eléctrica en los pies y en las manos que te hace moverte, cantar e incluso bailar en una butaca de Broadway sin ningún tipo de reparos: a un ‘pureta’ como yo y a su hija veinteañer­a (el final, interpreta­ndo Last dance, hace estallar el teatro). Se trata de un producto casi perfecto con las pretension­es justas, buen guion, buenas piezas, buenos músicos y tres artistas descomunal­es. Cerca de tres horas fresquitos bien entretenid­os por una buena elección. Si tienen previsto pasar por Nueva York, no dejen de ir a ver el musical. Tengan la edad que tengan.

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