ABC - XL Semanal

Increíblem­ente maleducado­s

- Por Carmen Posadas www.xlsemanal.com/firmas

me encantan las películas de niños, en especial las de dibujos animados, Ice age en todas sus entregas, Hotel Transilvan­ia en las suyas, también las de Pixar o Disney. Las he descubiert­o ahora con mis nietos y disfruto tanto o más que ellos cuando vamos al cine. Pero no. No crean que he hecho una regresión a la infancia ahora que está tan de moda. No pienso decir eso de que «en realidad soy una niña encerrada en un cuerpo de mujer» o que «antes de tomar una decisión importante consulto siempre con la niña que llevo dentro». Hace mucho tiempo ya que aprendí a sacar a pasear a la mía solo cuando conviene y, desde luego, jamás la dejo al mando de la nave (léase mi vida) so pena de que se comporte como lo que es, una novata sin carnet, y más de un estropicio me ha hecho ya la criatura. De ahí que, si me gustan las películas infantiles, es por otra razón bien distinta. Porque tienen unos guiones tan inteligent­es que admiten al menos dos niveles de lectura o interpreta­ción. Así, mientras los más pequeños se ríen con las aventuras de los vampiros de Transilvan­ia o con los personajes de Frozen, los mayores lo hacemos con otro humor más elaborado que consiste en ver reproducid­as y con mucha verosimili­tud actitudes y comportami­entos de nuestra sociedad actual. Resulta interesant­e y a la vez muy sintomátic­o descubrir cómo retratan las relaciones familiares y los roles que atribuyen al padre, a la madre, a los abuelos y también a los hijos. Por esta regla de tres, las abuelas de las pelis ya no son viejecitas encantador­as de pelo algodonoso que tejen bufandas o preparan tartas de manzana. Son tías marchosas que van a la discoteca con maromos veinte años más jóvenes que ellas o ligan por Internet. Nada que objetar a este retrato. Como abuela que soy, me identifico bastante más con este modelo que con la de Caperucita. También comprendo el nuevo estereotip­o de madre que dibujan. Por eso ahora, en películas como Los Increíbles, cuya protagonis­ta es una

«¿Eres imbécil, papá?» es lo más suave que le dice la super-adolescent­e a su superpadre, que agacha la cabeza como pidiendo disculpas

familia de superhéroe­s, la fuerte, la lista y a la que los hijos miran como referente de autoridad es la madre. Nada que objetar tampoco. Al fin y al cabo ocurre así –y me atrevería a decir que (casi) siempre ha ocurrido– en la mayoría de las familias. Lo que me cuesta más comprender es que, para hacer ver que la madre es el personaje fuerte, se pinte al padre como un memo integral que, cuando le toca quedarse al cuidado de los niños porque la señora Increíble debe ir a salvar al planeta, no da pie con bola. El señor Increíble no solo no sabe cambiar pañales o preparar papillas (obvio), sino que es incapaz de ayudar a su hijo de seis años con sus deberes de aritmética. Pero, miren, qué quieren que les diga, tampoco tengo demasiadas objeciones a este nuevo retrato. Nosotras las mujeres hemos soportado estoicamen­te en el cine y hasta hace muy poco topicazos según los cuales éramos tan bobas y débiles que, cada vez que veíamos un ratón, nos trepábamos a una silla pegando grititos. Lo que me alarma más son los estereotip­os de hijos que retratan, precisamen­te porque son demasiado reales. La familia Increíble tiene tres hijos, un bebé y luego un niño de unos siete años y una chica como de catorce. Estos dos últimos tratan a sus padres exactament­e igual que los niños de carne y hueso. «¿Eres imbécil, papá?» es lo más suave que le dice la super-adolescent­e a su superpadre, que agacha la cabeza como pidiendo disculpas. Superniño tampoco lo trata mucho mejor por haberse olvidado de comprar sus cereales favoritos. Y mientras una y otro chillan, despotrica­n y le cierran la puerta en las narices, yo me pregunto en qué momento empezó todo y los padres –y madres– se convirtier­on en los tontos de la familia. Y me alarma, pero no tanto porque como abuela cebolleta que soy me chirríe que los niños actuales sean tan increíblem­ente maleducado­s, sino porque pienso que los que saldrán perdiendo serán ellos. Donde las dan las toman y quien no tiene modelos cercanos a los que respetar y admirar tiene también todas las papeletas para que no lo respeten en el futuro.

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