AD (Spain)

“Quise dotar a la casa de una cierta rudeza. es importante Que la estética interna tenga Que ver con el entorno. no podía usar aquí blanco y azul como

- (ver carnet de direccione­s)

prar no me interesa, ni quiero convertir mi hogar en una galería. Mi hijo de dos años puede tocarlo todo y jugar con todo, así es como debe ser”, remata el dueño. La preocupaci­ón principal de Deniot era suavizar la rigidez de la construcci­ón moderna con una decoración más cálida. Por eso decidió introducir materiales naturales. Una de las paredes de la entrada está recubierta de pizarra, la chimenea, diseño suyo, está fabricada a partir de acero corten; en el salón, uno de los muros aparece vestido por un maravillos­o papel hecho con la corteza de un árbol sudamerica­no y utilizó piedra local, el travertino, no solo en la fachada del edificio sino también en el baño principal. “Cuando te estás dando una ducha en mitad de un abrasador día de verano, quieres tener la sensación de que estás fuera de casa”, explica. Para el salón buscó muebles amables de formas redondeada­s que atenúasen las líneas geométrica­s de la gran caja cuadrada que los alberga, como los sinuosos sofás de Vladimir Kagan y las tres mesitas circulares y jugó con la disposició­n buscando el mismo objetivo: en el comedor, la mesa está colocada diagonalme­nte. “Si no, se hubiera parecido demasiado a la de una cantina”, añade Deniot. Sobre ella, un móvil inspirado en los remos de los barcos fue encargado especialme­nte al artista francés Xavier Veilhan, igual que la escultura de madera de la entrada. El resto de los espacios acogen a artistas como el fotógrafo japonés Hiroshi Sugimoto, Douglas Gordon, David Ratcliff o Jean-baptiste Huynh. Jean-louis, al que no le gusta tomarse demasiado en serio, opina que la villa, después de su intervenci­ón, parece un granero o un refugio para los animales. “Es como un establo con pastillas en el techo”, dice el francés, señalando el chandelier de Oswald Haerdtl del salón, hecho de globos de cristal tintados de blanco. “Una de las ovejas de Claude y Françoisxa­vier Lalanne no estaría fuera de lugar en un rincón”, remata. A pesar de las bromas, está muy satisfecho con su trabajo. “Cuando estoy aquí no quiero irme a ningún sitio. Adoro el lugar”, concluye. Viendo la gran piscina, rodeada de vegetación y adentrándo­se en el Mediterrán­eo, lo entendemos.

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