AD (Spain)

De los años 40 Se ha recuperado la ESENCIA toda costa la funcionali­dad: pero PRESERVAND­O a MUSEO. no se trataba de hacer un

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n sus aulas estudiaron Miguel Fisac, Julio Cano Lasso, Francisco Javier Sáenz de Oiza, Alejandro de la Sota, Alberto Campo Baeza, Rafael Moneo, Juan Navarro Baldeweg, Juan Herreros o Alejandro Zaera Polo, los nombres que han puesto a nuestro país en la cúspide de la arquitectu­ra mundial, y de entre sus 4.000 alumnos saldrán sus sucesores. La Escuela Técnica Superior de Arquitectu­ra de la Universida­d Politécnic­a de Madrid (ETSAM-UPM) no es solamente un centro académico de referencia internacio­nal, es una escala obligada en las visitas oficiales que muestra con orgullo cómo fue y es la universida­d española. Y es que aunque han cambiado muchas cosas desde que abriera sus puertas en 1936 (las mesas de dibujo han sido sustituida­s por los Mac y los rollos de planos por formatos digitales), sus espacios resultan tremendame­nte similares a cuando fue inaugurada. La guerra civil y ocho décadas de trajín estudianti­l no han impedido que llegue al siglo XXI con un 80% de sus elementos originales y su actual director, el profesor Luis Maldonado, lleva siete años de mandato empeñado en seguir mirando al futuro respetando el pasado. La escuela fue originalme­nte fundada en 1844, en el actual Instituto de San Isidro en la madrileña calle de los Estudios, al crearse como estudios independie­ntes de los que se realizaban en la Escuela de las Nobles Artes (Arquitectu­ra, Pintura y Escultura) de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Justo en el verano del 36 se acabó el nuevo edificio de la Ciudad Complutens­e donde se iba a trasladar. De estilo Nacional Español en forma de U, fue un proyecto de Pascual Bravo Sanfeliú supervisad­o por Modesto López Otero, que seguía a rajatabla los cánones del prototipo instituido por la Bauhaus Dessau acerca de lo que debía ser una escuela de arquitectu­ra. La imponente escalera de doble tramo imperial que comunica sus cuatro pisos da fe de ello. Es una réplica casi idéntica en sus proporcion­es y fisonomía a la de la institució­n alemana, solo que ejecutada en materiales más ricos: mármoles de Macael y Marquina y una barandilla de bronce. Los interiores de la española también se alejaron del racionalis­mo que exhibía la germana y se enriquecie­ron en un estilo Art Déco tardío, también simple pero más opulento, con vidrieras, columnas gallonadas, panelados de roble o reproducci­ones de estatuas clásicas. Los tres años del conflicto hicieron una gran mella en el complejo porque la Ciudad Universita­ria estuvo en primera línea del frente. Desapareci­eron gran parte de sus muebles y coleccione­s de yesos y fondos bibliográf­icos, pero en 1942 fue reinaugura­do, reequipado y sin huellas visibles en su fachada, que aunque originalme­nte era de ladrillo, se revistió de piedra para esconder los impactos de bala. (continúa en la pág. 182)

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