Autenticidad muros vigas
“Buscaba la
original, así llegué a los de ladrillo y las de madera de la cubierta”.
u historia nos es familiar, pero fue contada con otros protagonistas. Es la leyenda del Pigmalión que ahora se relata en versión arquitectura del siglo XXI. Como marca la trama, un profesor debe refinar a un sujeto, en este caso un ático de 150 m2, nacido CMYK en el 1900, que durante años se destinó a la anodina burocracia. “Era como una de esas oficinas madrileñas que todos conocemos: techos bajos, luz blanca fluorescente, pintura amarillenta y azulejos descoloridos”, explica la arquitecta Adriana Cepeda Bejarano, de Urban & Suburban, la maestra que se encargó de, más que de enseñar maneras, rascar sus capas para llevarle a una nueva y sofisticada vida. Tras picar el yeso de las paredes dio con los restos de papeles estampados de otras vidas, y al arrancar las escayolas del falso techo encontró las vigas originales de madera de la cubierta con una altura de casi cinco metros en algunos puntos. “Buscaba descubrir su autenticidad original, así llegué a los muros de ladrillo, que estaban en buen estado, pese a estar picados por las reformas anteriores y el paso del tiempo, y la ripia del tejado que restauramos a mano”. Estos hallazgos determinaron la paleta de colores y texturas que emplearon, todas en crudo; superficies lisas y neutras, como las del parquet en espiga o el cemento continuo. La distribución la marcó este esqueleto. Ahora se accede por un recibidor que da a sus tres dormitorios en suite, el principal con salida a la terraza desde la cual se ven las azoteas del centro de la capital. Una vidriera de hierro hecha a medida separa esta zona privada de una gran sala donde se dispuso el salón, el comedor y la cocina de cara al sur. Este esquema para la arquitecta era fundamental, pese a que significó un complejo cambio de todas sus instalaciones. “Era la única forma de dejar la zona social con esta orientación, que es la más luminosa, además, en esta parte es donde están los techos más altos”. Aquí instaló un mezzanine, que les sirve de despacho. “El altillo surge como una estructura ligera separada del resto por una malla metálica. Un elemento de protección con la mayor transparencia posible, que mantiene la percepción de espacio abierto y permite la circulación del sol y la ventilación. Además resalta el carácter industrial de la vivienda sin necesidad de ser un elemento decorativo”, explica. Este espacio acaba en la cocina, de color negro, como un colofón. “Es el centro de atención. En ella no faltan los detalles como el mármol cortado a medida en Carrara y brillantes complementos, como la obra con efecto óptico Dandy de Patrick Huges”. Una sala que se aisla de la calle por unas correderas de cristal que acceden a lo que en su día fue una galería y que hoy es una terraza cubierta. Al sentarse aquí, con los edificios de la Gran Vía al fondo, sus dueños no tienen nada que interfiera en esa línea que une Madrid al cielo, como decía Luis Quiñones de Benavente.
n