“MI OBRA ES COMO UN PROCESO ACCIDENTISTA QUE INCORPORA LOS ERRORES E IMPRECISIONES DE LA PRODUCCIÓN”. DAMIÁN ORTEGA
miento de autores significativos para el arte contemporáneo, y que no habían sido publicados en habla hispana hasta ahora. Reconoce que su método está abierto a las sorpresas. “Empiezo con un concepto y termino yéndome por otro lado. Se podría describir como un proceso accidentista, que incorpora los errores e imprecisiones de la producción”. La arquitectura cuenta con un lugar privilegiado en su creatividad. De ella destaca su condición de piel que determina la percepción del espacio. La instalación que presenta en el Palacio de Cristal es un ejemplo. En ella ha dispuesto tres piezas: Torre Latino, Monumento y Los sueños de Yamasaki. La primera cuelga del domo central del invernadero balanceándose a modo de péndulo. Representa la Torre Latinoamericana (1949-56) de Augusto H. Álvarez, un rascacielos referente de la construcción mexicana del XX. Ortega usó para su estructura piel de vacuno impresa. Su interior alberga un depósito de arena que, a medida que oscila, libera los granos dibujando formas imprevisibles. “No tengo intención de ilustrar el texto de Huidobro. Me interesa Altazor como idea de experiencia, aventura, viaje: una larga caída contemplativa. El abismo es la metáfora del lienzo o la página en blanco. También es la libertad de imaginar un mundo nuevo. El edificio tambaleándose de lado a lado me pareció una nave o un cohete. Busco la dualidad: de una caída estrepitosa surge un paisaje cósmico. De algún modo, está relacionado con el proyecto de modernidad que vivimos como país. Con esa idea pensé que su símbolo perfecto podía ser el Titanic. Lo imagino estableciendo una hermosa relación con el romanticismo del Palacio de Cristal”. Damián se refiere a su escultura Monumento, un trasatlántico de 13 metros de largo encallado en una montaña de arena. Con la tercera, Los sueños de Yamasaki, cuenta a modo de cómic la historia de Pruitt-igoe, un enorme complejo de viviendas públicas de Minoru Yamasaki, en Missouri, que se demolió en los 70. “Ambos proyectos, épicos y megalómanos, llegaron a un final catastrófico, y es ahí donde entran miles de lecturas sobre la relación entre la codicia del poder y lo indestructible”. Aquí no hay locura, sino una voz que azota la ambición desmedida. El cohete y el abismo. Hasta el 2 de octubre en el
n Palacio de Cristal de El Retiro de Madrid. www.museoreinasofia.es