MODERNO DE UN DANDY CRÓNICAS “Quiero cambiar el mundo lentejuela a lentejuela”, dijo la inefable Lady Gaga
para explicar uno de sus increíbles modelos. No podría estar más de acuerdo. Lo pienso mientras me tomo un gin-tonic tumbado en una cala de Formentera, con mi reloj Top Gun de IWC Schaffhausen ajustado a la muñeca, tan deportivo y a la vez chic como mi verano. A mis pies, unas alpargatas a rayas para niños que mi naturaleza parca en centímetros (de altura) me permite llevar. Son de Nícoli y creo que he escogido mis vacaciones especialmente para que hagan juego con ellas. A mi derecha, el nuevo HTC 10 blanco, el único color que admite un móvil en agosto, reclama mi atención con correos que no puedo dejar de leer. “Elige un trabajo que te guste y no tendrás que currar ni un solo día de tu vida”, dijo Confucio, al parecer, aunque con otras palabras, supongo. Ahí está en mi bandeja de entrada el nuevo bolso Little Ale de Ale & Glo, una delicia de cartera tan fucsia y romántica como sus intenciones nocturnas. Reenviar (a mi sobrina Alejandra, que sabrá apreciarlo). Me pongo las gafas
Polaroid con montura de aviador y lente polarizada (tan Tom Cruise como mi reloj), que matizan mi miopía sin mermar mi clase, para observar a mi vecino de al lado. Confirmo que a esta cala solo viene la crème de la crème, como el ejemplar que yace a mi vera: cincuenta tacos bien llevados, periódico económico en mano, bronceado tipo yate, reloj con correa de cuero Classic Fusion Racing Grey de Hublot, un ejemplo de elegancia, y juraría que efluviando a Vert Malachite de Armani/privé, con sus inconfundibles toques de naranja amarga, jazmín y pimienta rosa. Seguro que el cochazo blanco que está aparcado aquí al lado, un Lexus NX 300h en estado puro, es suyo. Su pareja, que tiene pocas posibilidades de ser su mujer oficial (al menos la primera) es una rubia de veintitantos igualmente pasada por el sol del Mediterráneo que escucha a Adele con un altavoz Beoplay A1 de Bang & Olufsen verde apoyado en su bolso T Bucket Stonehenge de Loewe. “Cariño —le pregunta ella con el tono lánguido de quien lleva toda una vida matándose de hambre—. ¿Cómo se llamaba aquella rubia tan gorda de la película superantigua que te empeñaste en ver la otra noche?”. “Marilyn Monroe, princesa”, le contesta él con mirada inexpresiva, oteando el horizonte en busca de cómplices. Levanto mi gin-tonic en señal de comprensión y él me guiña un ojo aliviado. Bebamos, que la compañía lo merece y ya son horas. (continuará)
n