ESTÉTICA
uando el arquitecto Antonio García-ruiz adquirió la antigua casa del cura de S’esglaieta, una pequeña población mallorquina de 454 habitantes, no era más que una finca en medio de un olivar próximo a la sierra de Tramontana. Desde un principio tenía claro que quería apostar por un estilo case study californiano, desnudo y ligero, que se fundiera con la vegetación de la zona. Para ello eliminó las separaciones internas del edificio original y, entre 2005 y 2014, añadió diferentes ampliaciones hasta llegar a los 600 metros cuadrados actuales, repartidos en tres bloques. El objetivo fue respetar la naturaleza existente, construyendo módulos de vidrio independientes, integrados con el paisaje y comunicados entre sí por extensas puertas correderas. Cada uno de ellos alberga una función determinada. Por ejemplo, los dormitorios infantiles están en la planta baja de la parte vieja. En el piso de arriba, un espacio tipo loft alberga la zona de estudio con una biblioteca orientada a las montañas. El pabellón más largo contiene las salas de uso diario: un officecomedor, la cocina, la sala de estar, los dos dormitorios principales con sus respectivos baños, además de la zona de servicio y un aseo de invitados. En el tercero están el comedor y el salón principal. García-ruiz homogeneizó todos ellos usando los mismos elementos, simples y sin pretensiones, como los techos de chapa metálica, que se han dejado vistos y que varían en altura para dar dinamismo a los interiores, las cubiertas planas de grava o la carpintería negra. “Quería que hubiera una relación sin límites entre el interior y el exterior, que no existiesen barreras arquitectónicas, como si cada cubículo estuviese envuelto por su entorno y no existieran paredes, creando la