Al océano,
Con vistas es una CAJA limpia y diáfana con MANCHAS de tonos
esde su infancia, la diseñadora de moda Lisa Perry se vio influida por el minimalismo japonés y por los años 60 y 70. Las colecciones que crea en su estudio del Soho rara vez se apartan de esas décadas. Ama la modernidad de Courrèges y Pierre Cardin, y no oculta su admiración por Audrey Hepburn. Sus gustos en decoración siguen esta línea estética: futurismo atemporal incidiendo en los tonos brillantes. “Me gustan mucho los colores primarios –dice–. Me recuerdan a mis artistas favoritos: Piet Mondrian, Robert Indiana, Ellsworth Kelly. En Palm Beach, con vistas al océano, todo es diferente. Los matices, las mezclas, los detalles sofisticados, frente a este paisaje, habrían parecido insignificantes”. Así que aquí se ha decantado por el blanco como base dominante. Las paredes y los suelos. Los muebles, la ropa de cama y las lámparas. El interior y el exterior. Los casi 600 m2 están despojados, impecables, puros. Y el marco no podría ser más idílico: el cielo infinito, el mar en el horizonte, la gigantesca costa. Es decir, la inmensidad más absoluta. La casa fue construida en 1985 por el proyectista de villas de lujo Robert Gottfried y está, literalmente, en la playa. Separado de la arena por un seto y unas palmeras, es un edificio rectangular de una sola planta con una piscina que ocupa todo su largo. Cuando Perry la compró, en 2008, le encargó un pequeño lifting a la arquitecta Christine Harper. En la vivienda domina una atmósfera de reposo y relax, la luz campa a sus anchas y los espacios miran hacia fuera. Esta sensación se multiplica por los volúmenes diáfanos y comunicados entre sí, sin puertas. En el centro, un gran salón, y a su alrededor, el comedor, la cocina y otras dos salitas de estar. Cada uno se abre a una esquina de la terraza donde disfrutar del aire libre, incluidos los dormitorios y los baños. El mobiliario es deslumbrante. No solo porque es esencialmente blanco (también), sino porque estamos hablando de auténticas joyas. Cada pieza seleccionada por Lisa tiene la fuerza de una obra de arte. Un enorme sofá de cuero de De Sede, articulado y serpenteante, trufado con butacas de Pierre Paulin, Vladimir Kagan o Joe Colombo. ¿Color? Sí, claro, en manchas primarias y fuertes, como en ciertos muebles o en las pinturas de Damien Hirst, Doug Ohlson y Kenneth Noland. El poeta francés Jean Cocteau aseguró que “nada es más invisible que el talento”. Y aquí su dueña lo ha demostrado: unas intervenciones discretas, audaces y simples, pero llenas de ingenio.
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