SEÑOR DE MILÁN
ELEGANTE, ATEMPORAL Y DISCRETO, ASÍ ES LUIGI CACCIA DOMINIONI (Y SU PROPIO TRABAJO). EL ARQUITECTO Y DISEÑADOR ALEGRÓ LA VIDA DE LOS INDUSTRIALES ITALIANOS Y CON ELLO LA CARA (Y LOS INTERIORES) DE SU MILÁN NATAL.
U n buen edificio se diseña de adentro hacia afuera”. Esta afirmación ha marcado la vida del longevo diseñador, arquitecto y urbanista Luigi Caccia Dominioni (Milán, 1913). “Las necesidades de quienes lo ocuparán deberían ser el único factor que determine un interior. Eso condiciona el exterior que, además, deberá servir para mejorar el contexto que lo rodea. Mi trabajo es hacer que esas soluciones sean capaces de crear emociones”, ha sostenido a lo largo de su dilatada carrera. Hijo de un inquieto noble, a la sazón militar, escritor, ingeniero y diseñador, se formó en la facultad de Arquitectura del Politecnico di Milano, donde compartió aula con un influyente profesor, Luigi Moretti, precursor del primer modernismo italiano. En 1936, una vez graduado, puso en marcha en Venecia su primer estudio junto a los hermanos Castiglioni, pero solo tres años después la Segunda Guerra Mundial reclamaría sus servicios como soldado. Finalizada la contienda, Milán resurgía de las cenizas empujado por una poderosa burguesía industrial, en la que Luigi encontraría su principal clientela. En esa época fundó junto a un grupo de jóvenes colegas Azucena, especializada en la creación de mobiliario y objetos experimentales. Sus líneas curvas, la puesta en valor de ciertas técnicas artesanales y el uso de materiales nuevos como las lacas, crearon escuela. Aún en funcionamiento, las reediciones de la firma se han convertido en el fetiche de interioristas actuales como Dimore Studio, que las reivindican a nivel internacional. En 80 años de profesión, este hombre huidizo y de pocas palabras, ha salpicado con sutiles notas de color el gris del Milán de la reconstrucción. Más de 100 edificios, entre ellos Casa Caccia Dominioni en Piazza S. Ambrogio (1947-1950, donde aún vive), unos apartamentos con Vico Magistretti en San Felice (1967-1975) o la iglesia de San Biagio en Monza (1968), con los que desde un profundo respeto a la tradición lombardina y una simplicidad tranquila ha cambiado la fisonomía de su ciudad natal. Con discrección, como es él.
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