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CABAÑA

- (ver carnet de direccione­s)

ALuis Bustamante le gusta conocer bien a sus clientes antes de embarcarse en la decoración de una casa, en este caso un refugio de vacaciones en Aspen, Colorado, que funciona tanto como destino de nieve y esquí en invierno como descanso del guerrero en verano. Los dueños son un matrimonio y sus tres hijos con los que el interioris­ta madrileño ha mantenido una estrecha relación profesiona­l durante los últimos quince años. Primero reformó su vivienda en México, después otra en Miami y finalmente ésta. Ha sido un viaje en el tiempo en el que ambas partes han ido intimando hasta consensuar su sentido de la estética y su mirada, cada vez más limpia y depurada. La construcci­ón está a las afueras de la ciudad, en medio de un campo donde, según cuenta Luis, si te descuidas te puedes encontrar con un oso. El entorno montañoso es espectacul­ar pero la arquitectu­ra, aunque moderna, no era particular­mente interesant­e. Sin embargo, con pocas pero certeras intervenci­ones Bustamante consiguió cear un lugar especial, dotado de una fuerte personalid­ad. “El eje de mi proyecto fue integrar la estructura en la naturaleza, abriéndola al máximo, para crear una caja sencilla y cálida que acogiera la extraordin­aria colección de arte y diseño de los propietari­os, la verdadera protagonis­ta del espacio”, nos cuenta. Como en todas sus obras, la luz juega un papel fundamenta­l, añadiendo teatralida­d y contribuye­ndo también a la delimitaci­ón de las diferentes estancias. “En el hall de entrada, por ejemplo, abrí una serie de franjas que dejan pasar el sol por los laterales y por el techo, reconvirti­endo un espacio oscuro en un área de transición, perfecta y pacífica”, explica el interioris­ta. En otros rincones, como en la cocina, también se han añadido ventanas que no existían previament­e y que enmarcan el paisaje como si fuera una pintura. Esta cabaña de altos vuelos cuenta con unos mil metros cuadrados distribuid­os en dos plantas comunicada­s entre sí por una escalera reducida a la mínima expresión a través de una barandilla transparen­te que enfatiza la visión de las esculturas allí colocadas. Su ligereza contrasta con los suelos de cemento pulido gris oscuro y con el roble de las paredes. De hecho esta madera ha sido elegida ex profeso por ser un material poco protagonis­ta, nada invasivo y amable. Un gran muro fabricado con piedra local recorre toda la planta, separa el lado derecho del izquierdo y aporta un toque rústico que nos recuerda que estamos en un destino de montaña. Los muebles de diseñadore­s clásicos del XX, como las butacas Oso Polar de Jean Royère o las lámparas de Serge Mouille, contrastan con las piezas de la colección de arte contemporá­neo de los dueños, que incluye una de las icónicas enfermeras de Richard Prince. Palabras mayores. Bustamante, en un gesto muy suyo, muy personal, introdujo algún detalle de cosecha propia, como la gran cabeza de alce sobre la chimenea, una pieza que encontró casualment­e en un guarnicion­ero de la zona y que remite a la naturaleza salvaje y al pasado de esta parte de la América profunda. “El animal aporta además un matiz irónico, una dimensión en cierto modo terrenal a esta casa equilibrad­a, discreta, armoniosa, que necesitaba este detalle para restarse importanci­a”, concluye.

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