La familia Todd quería una casa rodeada por la naturaleza que se adaptara a sus muebles y piezas de arte, no al revés.
de indentidad es la pureza de líneas y la conexión de la vida interior con el exterior, justo aquello que deseaban recuperar. Los dormitorios prácticamente no se tocaron, pero en las zonas comunes se tiraron varios muros para que fluyera el espacio, dejando solo algunos paños estratégicos en los que colocar sus apreciados cuadros. Además, se amplió el conjunto con una sala de música para que el pater familias ,un melómano empedernido, pudiese atesorar su ingente cantidad de vinilos con los que monta sesiones improvisadas. En los suelos y en los techos se utilizaron materiales nobles como la madera y la piedra en una deliberada estética años 50. La obsesión de los Todd por la luz y el arte se hizo especialmente patente en la entrada. En el hall se creó un enorme lucernario que lo inunda de claridad y que lo conecta con el porche. Debajo de este, en la entrada, se colocó una escultura mural encargada al artista local Lorenzo Nassimbeni para dar la bienvenida. Casi todas las dependencias (incluida la cocina con comedor, un cuatro de televisión, una zona de estar y cuatro dormitorios con sus respectivos baños en suite )se distribuyeron en una sola planta subdividida en dos niveles que se comunican entre sí y con el exterior a través de amplias puertas de cristal correderas. En el segundo piso se ubicó la habitación principal con su baño. El capítulo decoración fue sencillo, se limitaron a distribuir estratégicamente las pertenencias adquiridas durante los últimos veinte años por toda Europa (desde mesitas de Isamu Noguchi o los Eames a sillas de Mies van der Rohe) junto a otras de factura autóctona (como los taburetes del propio Zaninovic) con las que acentuar aún más la arquitectura de mediados del XX. Un resultado sencillo, pero con buen ritmo, como las melodías que pincha Mr. Todd. www.antoniozaninovic.com