Evitaron la acumulación, pocas PIEZAS pero con valor sentimental: vintage de los 50 y 60 y arte de AMIGOS.
enormes murales con patrones gráficos llenos de imaginación, frescos escénicos de inspiración mitológica, detalles pictóricos próximos al surrealismo o trampantojos capaces de recrear a la perfección las maderas, piedras o mármoles más exquisitos. Es la especialidad de la muralista alemana Bettina Klug, una artista decorativa que vive junto a su marido, abogado, y su pequeño perro jack russell en un colorista pero tranquilo apartamento de 160 m2 en el distrito de Charlottenburg, en pleno corazón del Berlín Oeste. “Encontramos el piso a través de un portal de internet y decidimos visitarlo por la amplitud de su cocina. ¡Tiene nada menos que 36 m2! –exclama–. Cuando llegamos, nos enamoraron sus vistas, la cercanía del Tiergarten y, sobre todo, la mezcla cultural del vecindario”. A pesar de que tras la reunificación de Alemania la zona perdió gran parte de su poder económico, hoy continúa siendo uno de los barrios más demandados entre académicos, creativos, periodistas o intelectuales. El edificio, subdividido en 25 viviendas, era la típica construcción señorial de finales del XIX y aunque había sido renovada manteniendo la esencia de la época, incorporaba elementos tan contemporáneos como los suelos de madera cepillados. “Al ser de alquiler no podíamos cambiar la mayoría de las cosas así que, en lugar de tirar tabiques o mover ladrillos, lo hicimos nuestro limitándonos a intervenir las paredes”, continúa Bettina. Tenía muy claro que ella no podía cumplir el dicho de en casa de herrero cuchillo de palo. Aunque de una forma sutil, desde la entrada se percibe el toque Klug. Allí, un discreto estampado geométrico en tonos grises simula la textura de un alicatado actual mientras que en la cocina un intenso verde pistacho transforma la temperatura de la propia iluminación. En el dormitorio principal (hay dos), una sucesión de pirámides sobre fondo azul imprime carácter a un espacio deliberadamente desnudo, apenas una cama y una escultórica lámpara Serpente de Martinelli Luce. “Tras varios cambios de residencia, cuando nos mudamos aquí decidimos traernos solo las piezas que verdaderamente nos entusiasmaban. No queríamos acumular demasiado”, asegura. Entre ellas, varias sillas de grandes iconos como Arne Jacobsen, los Eames o Eero Saarinen y algunos recuerdos familiares como los dibujos infantiles del comedor. En uno de los dos salones, la pintora tiene su rincón de trabajo, un escritorio de corte industrial realizado con perfilería metálica y cristal sobre el que boceta sus futuros proyectos. Entre muestras, brochas y libros, el vintage de los 50 y 60 también encuentra su lugar, especialmente con pequeños detalles como butacas y cerámicas de la cercana tienda Deco Arts Interiors, propiedad de la interiorista Marie-pascale Charles. Ese mismo estilo relajado invade la zona de estar donde, sobre los suaves muros pastel, destacan el amarillo de una lámpara de pie de Marc Sadler o la imagen sonriente de una niña retratada por la artista nacional Birgit Brenner. “Solo tenemos obra de amigos: Angela Dwyer, Heinz Sauer...”, concluye. Es cuestión de personalidad. www.bettina-klug.de