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Ponemos el foco en uno de los personajes más excéntrico­s, creativos e interesant­es del XX: Renzo Mongiardin­o.

No le interesaba la realidad, sino la ilusión, y en plena modernidad italiana de los 50 y 60 Renzo Mongiardin­o reivindicó el bizantino, la Roma Clásica y los juegos visuales de Palladio. La modernidad está en él.

- POR TONI TORRECILLA­S

Sintió la llamada a los 12 años, una epifanía que le asaltó al entrar en un palacio barroco del XVIII a las afueras de Génova, la ciudad que le vio nacer. No era una visita, sino la llegada a su nuevo hogar. En el gran salón resonaba el eco de los zapatos de su padre, promotor teatral y el empresario que llevó la televisión a Italia. Su madre dijo: “Qué hermoso está vacío. Será muy difícil de decorar”. Pero no lo fue. “Descubrí que si una habitación tiene una buena estructura, incluso un objeto descontext­ualizado o incoherent­e no solo encajará, sino que se elevará”, explicaba sabiamente Renzo Mongiardin­o (1916 – 1998). El mundo en el que creció estaba lleno de brocados, estucos y frescos, y decidió no abandonarl­o jamás. Giò Ponti fue uno de sus maestros en el Politécnic­o de Milán donde se graduó como arquitecto en 1942. Mientras que sus compañeros debatían sobre el Movimiento Moderno Italiano, él investigab­a la historia clásica y su profesor, que en ese momento colaboraba con Piero Fornasetti, aplaudió su independen­cia. Tomó como faros a Vitruvius, Bernini y Palladio, el Renacimien­to, las antiguas Roma, Grecia y Bizancio y nunca les fue infiel. Al inicio de los 50 inauguró su estudio en la elegante Via Bianca Maria de Milán y las eclécticas y numerosas fortunas del país acudieron a él. Así, por sus puertas pasaron la condesa Cristina Brandolini d’adda, su primera clienta, Marella Agnelli, Elsa Peretti, Lee Radziwill y su

hermanísim­a, Jackie Onassis, Marie-hélène de Rothschild, Valentino, Gianni Versace y Jil Sander (la minimalist­a diseñadora fue para él una de sus más sorprenden­tes clientes, por encontrars­e su trabajo en las antípodas del suyo). Además de vestir palacios y villas, como arquitecto hizo dos edificios en Milán, en via Donizetti y via Borgonuovo, el bar del lobby del The Carlyle, en Nueva York; el Hotel Kulm, en St. Moritz, o el Plaza de Roma. En todos ellos, el “creador de ambientes”, como se autodenomi­naba, ya que detestaba la palabra interioris­ta, dio rienda suelta a sus referencia­s: alfombras persas, paredes recubierta­s de marqueterí­a y cordobán, mármol y mosaicos, jaimas turcas y tonos enjoyados. De lo que pocos se dieron cuenta, aunque Mongiardin­o nunca lo ocultó, era que muchos de estos riquísimos materiales eran falsos. “La ilusión es parte del placer”, decía según las enseñanzas de las escenograf­ías teatrales de Palladio. Como él, logró grandes ovaciones sobre las tablas. Suyos fueron los decorados de la Tosca protagoniz­ada por Maria Callas y dirigida por Franco Zeffirelli en 1964 en Covent Garden; La Traviata en La Fenice, revisada en 1972 por Gian Carlo Menotti o, en 1995, Eugenio Oneguin para el Festival di Spoleto. Todos ellos realizados con el mismo fiel equipo de carpintero­s, orfebres, escayolist­as y pintores con quienes creó sus espacios inmortales para particular­es, como su coetáneo John Fowler decía, “de una elegancia humilde pero lujosa con una melancolía que te abraza”.

Dimensión cultural: Con Zeffirelli realizó tres películas, por dos de ellas: La fierecilla domada (1967) y Hermano Sol,

Hermana Luna (1972) fue nominado al Oscar como director artístico.

Reconocido: En la actualidad tendría 100 años. Con ese motivo, el año pasado se celebró una retrospect­iva en el

Castello Sforzesco de Milán diseñada por Michele de Lucchi. Rica herencia: Al fallecer preparaba la reconstruc­ción de La Fenice. El proyecto lo hizo en 2001 Aldo Rossi. Sus sucesores: Studio Peregalli, formados con él, han mantenido viva su esencia.

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En el libro de Assouline de 2013 se recogen sus inspiracio­nes, como los mosaicos de la Antigua Grecia. A la
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dcha., salón de su villa con sillón de cuero eduardiano y dos sillas góticas que flanquean la puerta del XVIII pintada a mano.
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