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Benoît Astier de Villatte e Ivan Pericoli, los autores de vajillas tan chic como ajadas, tienen estudio en París.

Benoît Astier de Villatte e Ivan Pericoli trabajan en un pequeño apartament­o en el Barrio Latino de París tan nostálgico, desvencija­do y atemporal como los objetos de su firma. La pátina manda.

- TEXTO: ITZIAR NARRO FOTOS: JULIE ANSIAU

magia y huellas del PASADO dan “Las misterio a un espacio”. ASTIER DE VILLATTE

Es verdad. Amamos las piezas y el arte que mantienen las huellas del paso del tiempo y su historia. Odiamos los cuadros restaurado­s, por ejemplo. ¿Por qué un retrato del Renacimien­to tendría que parecer que ha sido pintado ayer?”, nos responden. Ivan Pericoli y Benoît Astier de Villatte son los fundadores y diseñadore­s de una de las firmas más exquisitas de París. El apellido del segundo es el nombre de esta marca que rinde homenaje al pasado en toda la extensión de la palabra: sus vajillas de cerámica recubierta­s con esmalte blanco parecen decimonóni­cas, sus cuadernos están hechos en una vieja imprenta, sus perfumes y velas son pequeños tesoros atemporale­s y sus muebles con pátina, diseños personaliz­ados que no admiten homólogos. Benoît e Ivan se conocieron en la Escuela de Bellas Artes de París, “un lugar espléndido y desconocid­o en el corazón de Saint-germain-des-prés, una inmensa nave fantasma en la que aprendimos muchísimo”, recuerdan. Entre sus profesores, el padre de Benoît, Pierre Carron, y el escultor Georges Jeanclos, que les enseñó a trabajar la arcilla y el estampado y determinó, sin saberlo, su futuro. En 1996 decidieron, con la ayuda de los hermanos de Benoît, montar una empresa de objetos bellos. “Al barro que conocíamos de la escuela le añadimos el brillo casi violento del esmalte blanco. En aquella época fue una pequeña revolución porque ningún ceramista lo hacía. Todos preferían los tonos marfil o el beige. Pero nuestra apuesta fue muy bien acogida y enormement­e copiada”, aseguran. Veinte años

después Astier de Villatte ha ido añadiendo a sus icónicas vajillas aguas de colonia, cómodas, mesas y cubertería­s. Son cerca de 800 referencia­s hechas a mano por unos 30 artesanos, en su mayoría tibetanos, que fabrican piezas “vivas, casi antropomór­ficas. Si la artesanía significa producir en serie, como robots, no nos interesa”. John Derian, la artista Setsuko Klossowska de Rola o los diseñadore­s de Patch NYC han colaborado con ellos. Desde 2015 la pareja vive en un edificio de 1620 en el Barrio Latino (en el ático Benoît y en el primer piso, Ivan), en el que también poseen este rincón de trabajo, un espacio de 55 metros cuadrados y dos habitacion­es, tan nostálgico como todo lo que crean en él. El suelo de baldosas originales, las ventanas antiguas (“No soportamos esa manía de cambiarlas por otras de aluminio y plástico”) y los altos techos son algunas de las cosas que les enamoran. “Adoramos la simplicida­d de los volúmenes y el peso de los siglos. No solo no nos molestan las huellas del tiempo sino que creemos que aportan algo muy especial a cualquier interior, una magia, un halo de misterio que le falta a las casas y a los objetos completame­nte nuevos”, concluyen cerrando el círculo de sus obsesiones. www.astierdevi­llatte.com

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