Desempolvar el AZULEJO
En Lisboa, el talento y la vanguardia de dentro y de fuera de Portugal se alían para darle un giro fresco e inesperado a la afamada cerámica lusa.
Durante la Exposición Universal de París de 1889 los portugueses lo tenían complicado, su pabellón competía con una imponente Torre Eiffel y, sin embargo, su construcción, mucho más modesta, no dejó indiferente a nadie. El uso dramático de los azulejos puso en valor uno de los sellos distintivos de su artesanía durante cinco siglos, la cerámica esmaltada. Basta con pasear por las empinadas calles de Lisboa o coger su metro, con unas coloristas composiciones de los 50 y 60 de la artista Maria Keil, para darse cuenta de que hoy esta forma de arte sigue siendo una enseña de orgullo nacional. Gracias a dos nuevos proyectos, la tradición ha dado un nuevo giro. En octubre de 2016, la ciudad inauguró su mayor mural, 1.080 m2 que el Mude (el museo de diseño y moda) ha encargado al artista y hostelero André Saraiva. Casi 55.000 teselas pintadas a mano en la histórica fábrica de Viúva Lamego, que envuelven el perímetro del Jardín Botto
Machado, donde se celebra uno de los mercados de pulgas más bulliciosos del mundo. “La pared es mi urbe soñada”, explica Saraiva, que divide su tiempo entre París, Nueva York, Los Ángeles y su casa a las afueras de Lisboa. Su amor por estos lugares se refleja en esta obra. El Elevador de Santa Justa ,el Castillo de San Jorge oel Monumento a los Descubrimientos (todos lisboetas) comparten muro con su club nocturno de París, Le Baron y con un barco que lleva el nombre de Jackie, en homenaje a su novia. Al otro lado de la capital, los amantes del diseño tienen un nuevo destino en el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología para el que la arquitecta británica Amanda Levete ha creado un edificio que se integra con el paseo marítimo como si fuera una ola revestida de baldosas. Aunque el patrón de colocación es diferente al habitual (algo que no gusta a todos), el efecto del reflejo de las aguas del Tajo en el esmalte craquelado crea una sensación de belleza que es unánime. “Los portugueses no nos tomamos demasiado en serio, somos como la arcilla, nos amoldamos”, dice Alexandre Nobre Pais, conservador del Museo del Azulejo Nacional de Lisboa. Como él mismo explica, la historia de sus compatriotas ha sido precisamente la de reinventarse. “Tomamos lo interesante de los demás y lo integramos en nuestra cultura”. Así lo hicieron en el siglo XV, cuando importaron los patrones de la cerámica española. En cuanto a Saraiva, solo está empezando: “Me gustaría exportar esta idea a Nueva York. Los azulejos son una expresión artística rara capaz de perdurar en el tiempo”.