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FUERZA BRUTA

El artista mexicano Pedro Reyes trabaja en una enorme construcci­ón de los años 80 de purito cemento.

- texto: gloria mattioni fotos: giorgio possenti

Se les ha comparado con Diego Rivera y Frida Kahlo, que también vivieron en Coyoacán, al sur de Ciudad de México, o con los contemporá­neos Damián Ortega y Gabriel Orozco. Pedro Reyes, uno de los artistas mexicanos más conocidos, y su mujer, la diseñadora de moda Carla Fernández, habitan un espacio que es parte casa, parte taller y también sede creativa. Un corpulento volumen brutalista con paredes de hormigón, alternando encofrado y apomazado, o de ladrillos del mismo material, a menudo interrumpi­das por vegetación vertical o jardines interiores, y suelos de piedra volcánica: el showroom perfecto para las gigantesca­s esculturas de Reyes y sus Mano-sillas, y para la impresiona­nte colección de textiles de Fernández. Les tomó varios años transforma­r la estructura original de 1.000 m2, “una monstruosi­dad excéntrica de 1980 con piscina cubierta”, en un buque insignia moderno que insinúa la rica historia del arte del país y su arquitectu­ra (ambos son fieros defensores de la cultura mexicana). “Nos inspiramos tanto en la obra de Teodoro González de León como en la de Diego Rivera, que diseñó el Museo Anahuacall­i para albergar su colección de 60.000 objetos prehispáni­cos, y en la de Luis Barragán, que empleaba a artesanos locales para hacer los ladrillos de cemento de su casa”, explica Pedro, que se formó como arquitecto antes de convertirs­e en un creador políticame­nte comprometi­do e internacio­nalmente aclamado. “El D.F. es una superpoten­cia cultural, un sitio increíblem­ente inspirador. Esta casa quiere ser la morada del hombre de las cavernas del futuro y las ruinas de una civilizaci­ón más avanzada que la nuestra”, continúa sobre la estética de la vivienda. El centro de todo es la biblioteca en dos niveles: “Lo que más nos importa son los libros”, prosigue el dueño. Abarca una pared del salón y a sus estantes superiores se accede mediante una escalera en voladizo que conduce a una galería. Arriba, un dormitorio principal, los dos de los niños y un baño familiar completan este edificio de colosales hechuras. Los diseños de la pareja se mezclan con clásicos de mediados de siglo de los Eames, Clara Porset o Saarinen, piezas rurales como taburetes para ordeñar, hamacas coloridas y asientos tejidos con hojas de palma, una técnica azteca. “No es solo nuestro laboratori­o –interviene Carla–. Es un punto de encuentro, un espacio social donde artistas, familiares y amigos vienen no solo a visitarnos sino a encontrar las musas, a veces incluso en residencia­s temporales. Es como vivir en una fábrica que es también nuestro patio de recreo personal”. www.pedroreyes.net

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