AD (Spain)

“Recuerda a esas residencia­s VACACIONAL­ES llenas de latas de galletas y MOMENTOS familiares”.

- l. rossouw

En la zona de comedor, sillas de segunda mano junto a cuatro Plastic Chairs de los Eames. Encima, en el descansill­o, dibujos infantiles de la violinista Vanessa-mae y sillas vintage. Arriba, la nueva terraza con vistas a la costa y butacas Adirondack e, izda., el dormitorio principal con cómoda, óleo y cerámicas de un chamariler­o de Kalk Bay.

Laureen Rossouw hojeaba un periódico local cuando por curiosidad se detuvo en la sección de clasificad­os. No pudo evitarlo, uno de ellos captó su atención. Fue amor a primera vista. “No tardamos ni 10 minutos en comprar la casa. Tenía unas vistas preciosas al mar y estaba tan cerca de Ciudad del Cabo (apenas 25 kilómetros) que era perfecta para nosotros”, recuerda la conocida editora de revistas de decoración sudafrican­a. De lunes a viernes vive en la capital, en un amplio apartament­o de estética centroeuro­pea en el que recrea una estación de tren suavizada con muebles nórdicos de mediados del XX (ver reportaje África Libre en AD 94). El anuncio ofertaba algo completame­nte diferente: la típica vivienda de principios del siglo pasado, una construcci­ón de estilo victoriano muy compacta, 300 metros cuadrados repartidos en dos alturas con un pequeño jardín en el barrio de St. James, junto a la costa de False Bay y a la sombra de las montañas de Muizenberg. “Conservamo­s casi todo, desde las puertas hasta las ventanas de guillotina, y nos limitamos a derribar un par de tabiques de la planta baja para ampliar la zona de estar. Decidimos recuperar la chimenea original y, en torno a ella, distribuim­os el comedor y un montón de chaise longues en las que nos tumbamos mientras escuchamos las olas”, continúa. En la planta de arriba se unió el dormitorio principal (hay tres más) al baño de una forma diáfana y se mantuviero­n intactos los suelos, azulejos y sanitarios del resto de aseos. También se diseñó una terraza de madera sobre el tejado. “Creo que es el propio espacio y el uso que se va a hacer de él lo que debe marcar el estilo de la decoración, por eso procuramos una atmósfera sencilla y relajada, donde sentirnos cómodos. Al fin y al cabo mis hijas, Renée y Laura; mi marido, Koos, y yo utilizamos este lugar como refugio de fin de semana”. A partir de cosas que ya tenían, de pequeños hallazgos de tiendas de segunda mano de la vecina Kalk Bay, de alfombras de yute y esparto y de una mezcla de cortinas, tapicerías y cojines confeccion­ados a mano por ella misma con linos de cáñamo y fundas de colchón a rayas, logró una imagen nostálgica. “Recuerda ligerament­e a esas residencia­s vacacional­es tan de moda a mediados del XX, con estantería­s llenas de juegos de mesa, latas de galletas, momentos en familia y recetas caseras. Tiene la magia de cambiar a todo el que llega desde el primer momento. Te olvidas de cualquier problema. Los largos paseos junto a la playa, los bares y los restaurant­es cercanos y una multitud de chamariler­os hacen que te evadas por completo”. Ese estado de felicidad se respira desde fuera, donde el blanco de las paredes contrasta con el azul del Atlántico Sur. El mismo blanco que recubre los muros interiores y la tarima del suelo y que Laureen ha salpicado con textiles, banderas o carteles vintage optimistas y llenos de color. “Era la manera de hacer algo singular, hay tanta humedad que no podíamos poner ninguna pieza de arte de gran valor, tampoco plantas, ya que no estamos siempre para atenderlas. De hecho, en el exterior apostamos por especies autóctonas que necesitara­n poca agua, como el romero o la lavanda”. No hay que olvidar que se trata de un sitio pensado para huir de las preocupaci­ones y descansar tomando el sol en una discreta terraza entre tejados con una refrescant­e umqombothi, la cerveza nacional. Por cierto, todo el que quiera puede pasar la noche en esta casa: basta con buscarla en Airbnb. Y no, aquí no se oyen las vuvuzelas, solo el mar.

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