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La CASA de Hicks

El apartament­o londinense del mítico David Hicks, en la que un día fue la mansión del duque de York, es ahora el paraíso de su hijo Ashley. Aquí, el interioris­ta hizo tabula rasa y, a golpe de diseño propio, demostró que el genio está en el ADN.

- texto: toni torrecilla­s foto: derry moore

Es difícil ser el sucesor, pero Ashley Hicks (Londres, 1963) consiguió liberarse de la etiqueta de hijo de sin dejar de presumir de la educación estética recibida de sus padres, el mítico David Hicks (quien a base de geometrías y color transformó la decoración desde los 60 hasta hoy) y lady Pamela Hicks. “Ellos compraron esta casa en 1979 y mi mujer y yo nos mudamos hace tres, cuando a mi madre comenzó a costarle subir la escalinata de piedra que accede a la puerta principal”, explica el interioris­ta. La construcci­ón es todo un icono de la arquitectu­ra british, y el lugar por el que gran parte de la burguesía londinense suspira desde el siglo XIX. En 1788 el duque de York encargó al arquitecto Henry Holland, el favorito del príncipe de Gales, que levantase su mansión en el centro de la capital, en el mismísimo Picadilly, y él mismo la reconvirti­ó en 1802 en un edificio de apartament­os. Tras la imponente fachada de ladrillo rojo se encuentra este piso de 140 m2 con dos dormitorio­s, uno de ellos en suite, gran salón y cocina, donde no queda un rincón que no rinda pleitesía a su apellido. “Sé lo afortunado que soy por vivir en el epicentro de la capital y en un lugar tan repleto de historia”, comenta. Aunque, para ser justos, él heredó el espacio, mientras que los valiosos muebles fueron para sus hermanas (entre los que se incluían unas cotizadísi­mas sillas Imperio que Maison Jansen hizo para su abuela, la condesa Mountbatte­n de Burma). “Lo cambié absolutame­nte todo. Bueno, menos el papel de mi padre del interior de los armarios”, puntualiza. Si bien su predecesor tenía pintadas las paredes de un marrón extraído de las pinturas de Van Dyck, Ashley los sustituyó por murales en tonos sepia que representa­n los paisajes de Constantin­opla en 1818. “Justo antes de que la zona de Topkapi fuera destruída por las vías de un tren horrible”, dice con resignació­n. Estos motivos plasmados sobre arpillera están acompañado­s por retratos de las gallinas de su refugio de Oxford, las niñas de sus ojos antes de la llegada de sus galgas Cara y Mia. “Cuando aún no le conocía seguía su cuenta de Instagram y tenía unas fotos verdaderam­ente preciosas de

estas aves de corral”, explica su mujer, Kata de Solis (su segunda esposa, tras su matrimonio con la también interioris­ta Allegra Hicks). Tanto es así, que en su boda Ashley utilizó una máscara con pico y un penacho de plumas, muestra del sentido del humor de la pareja. “Siempre he trabajado por encargo, ciñéndome a las necesidade­s y estilo de vida de otros. Aquí el cliente era yo y pude demostrar cúal es mi criterio estético”, afirma. Con libertad cubrió las paredes, suelos y techos con sus papeles brillantes o motivos minerales y animales, amén de sus alfombras geométrica­s. También pan de oro, como el de la imponente consola Gilt (con un escultóric­o pie de roble que recuerda un gigantesco pedazo de coral) o con el que cubrió las sillas de los 50 de Cees Braakman de la sala de estar. No se privó de lacas y maderas nobles, pero utilizadas de una manera sofisticad­a, irónica y excéntrica. “Mi mujer define mi trabajo como maximalist­a”. Si bien adora las referencia­s históricas, evita la Alta Época. “A mi padre le encantaba tener objetos de calidad de museo a su alrededor. Pero a mí, para serte sincero, son estilos que me parecen incómodos”. Así, de los tesoros familiares, solo mantuvo en el salón el sofá Luis XVI pero retapizado con su lino Salvadori. Una coherencia interrumpi­da “por la inesperada llegada de mi mujer”, dice con ironía, lo que le llevó a encargar el armario de laca naranja de su vestidor. Ella asegura que “en temas de decoración prefiero hacerme a un lado”. Kata solo salvó de su apartament­o de soltera una tela africana de 1920 que colocó en su dormitorio a modo de dosel y la escultura Box of Smile de Yoko Ono, que viene a completar la colección de arte contemporá­neo de su marido, así como sus propias fotografía­s y obeliscos de resina, “mi material favorito”, la escultura Inflatable Nana de Niki de Saint Phalle que preside el hall de entrada, un homenaje a Marcel Proust, pinturas de James Brown e imágenes de Donald Robertson. Todo con potentes colores, como le han educado. “No hay que temer su uso, solo a su mala combinació­n”. Él, por supuesto, no falla. www.ashleyhick­s.com

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En otra zona del gran salón, murales que representa­n Constantin­opla en 1812, sobre la puerta, retratos de sus gallinas, moqueta Chainmail y al fondo, consola Gilt de pan de oro, todo de Hicks. Butaca y sofá Luis XVI, retapizado con su lino Salvadori,...
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