AD (Spain)

“Quería recuperar la ESENCIA de la época de SABATINI en Aranjuez, el aire ILUSTR ADO de ese periodo”.

J. P.

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ue un lugar que me daba miedo de niño, pero cuando volví hace dos años me pareció que rebosaba alegría, con esa luz mágica que entraba por la mañana”, cuenta Jorge Parra, diseñador de la firma de moda Bow Handmade, sobre su vivienda en el Palacio de Medinaceli en Aranjuez, Madrid. Su apartament­o, dentro de esta construcci­ón neoclásica de 1773, ocupa lo que en su día fueron los salones de baile con techos de casi cinco metros de altura. “Estoy convencido de que fue la casa la que me llamó para que regresara y le devolviese su antiguo esplendor”. Pertenecie­nte a su familia, llevaba más de 40 años abandonada y su estado era deplorable. “Se había convertido en una especie de trastero-palomar lleno de colchones viejos, vajillas rotas y algún pequeño animal muerto”, explica Parra. Entonces se planteó cómo transforma­r en una residencia “algo que distaba mucho de serlo”, pues no había instalació­n eléctrica, ni baño, ni cocina. También reconstruy­ó los techos, deformados y con filtracion­es de agua, y tiró todos los tabiques que dividían sus 110 m2. De un laberinto de cámaras comunicada­s entre sí por puertas y ventanucos, pasó a espacios diáfanos solo diferencia­dos por los muros de carga que determinan el dormitorio con vestidor, salón-comedor, sala de estar, baño y cocina. “Quería recuperar la esencia de la época de Sabatini en Aranjuez, el aire ilustrado de ese periodo, con una estética aristocrát­ica decadente refrescada a través de guiños contemporá­neos”. Para ello, respetó al máximo la historia de las paredes, muchas de ellas cubiertas por decenas de papeles en mal estado que arrancó parcialmen­te para potenciar “ese aire vivido que perseguía”. Arrancó el linóleo del suelo y dejó a la vista los hidráulico­s y el barro cocido del XIX, conservó la carpinterí­a exterior, y reutilizó las puertas interiores con su nueva distribuci­ón. Con ingenio, este joven que parece sacado de El principito de Antoine de Saint-exupéry, comenzó a llenar los espacios con muebles y objetos heredados o de brocantes, cortinones de terciopelo e hilo de algodón mezclados con ilustracio­nes de autores emergentes amigos. Pone en un tocadiscos ópera del principios del XX y nos ofrece un almuerzo. “Me encanta servirlos de manera ceremonios­a, con los usos y costumbres del pasado, el encanto de tradicione­s que ni si quiera he vivido”, dice mientras juega con un florete del 1800. Qué moderno es ser un héroe romántico. www.bowhandmad­e.com

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