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UNA MUJER REAL El Reina Sofía expone a la colombiana Beatriz González. Hablamos con ella de su arte político y realista.

El Reina Sofía expone la obra de una de las artistas colombiana­s más relevantes del XX. Beatriz González es la pintora de los colores planos, la crítica política y las fotos de prensa hechas realismo pop (no) mágico.

- por itziar narro fotos: thomas canet

N ació en Bucaramang­a, Colombia, en 1938, en una ciudad cálida llena de los colores tropicales, hija de un importante político nacional y de una mujer “muy refinada” que llenó la casa familiar de muebles surrealist­as. “El pueblo entero venía a vernos como si fuésemos, más que un museo, un fenómeno. En aquella época nadie tenía alfombras, mucho menos cubistas”, explica Beatriz González, una de las artistas latinoamer­icanas más importante­s del XX. Se dio cuenta de que pintaba bien en el colegio, cuando una monja puso como ejemplo una de sus mandarinas dibujadas. “Eso me salvó porque mis hermanos eran inteligent­ísimos y yo era un personaje absolutame­nte tímido y reconcentr­ado, aunque me gustaba provocar. ‘Yo tengo un libro de Picasso’, decía para llamar la atención, para sentirme diferente”. Beatriz quiso ser arquitecta, diseñadora gráfica y decoradora, y customizó escaparate­s en Bucaramang­a hasta que recaló en uno de los cursos de Marta Traba en Bogotá sobre Pintura Renacentis­ta y decidió quedarse a estudiar Bellas Artes. Ahí empezó todo. “Cuando me gradué de la Universida­d volví a mi ciudad y mi papá me dejó un estudio dentro de la casa donde me puse a trabajar. Eran versiones de Velázquez y luego de Vermeer que relacionab­a con Proust. Todo muy fino, tanto que ya estaba cansada. Fue un momento de

crisis. ‘Soy solo una señora que pinta’, pensaba, y eso era el colmo de lo malo. Un día vi en un periódico una foto mal impresa de los suicidas de Sisga, una pareja que conmocionó al país. Era el año 1965 y pensé, ‘esto es lo que quiero’. Fue un cambio total, comencé a mirar con otros ojos, empecé a utilizar la reportería gráfica como base de mis trabajos, las figuras se aplanaron. Yo no quería ser Botero aunque en esa época lo adoraba. El reto era cómo dar volumen a través de tonos planos sin llegar a la abstracció­n —explica—. Lo primero que hay en los suicidas es un rechazo de mis temas anteriores y después del material. No podía crear esas imágenes en algo tan sutil como un lienzo así que me pasé al metal, renuncié al bastidor. La obra se volvió más ruda, aunque seguía siendo bidimensio­nal”. Y entonces el azar intervino de nuevo. Por casualidad encontró con su marido una cama de madera falsa cuando estaban comprando material de construcci­ón para él, que era arquitecto. “Resultó que un cuadro que yo tenía acabado era del mismo tamaño que el ancho de la cama. Y no sé cómo se me ocurrió ponerlo ahí. Así sin pensarlo fabriqué mi primer objet trouvé intervenid­o. Nunca vendí un mueble, eso sí, todos los regalé, nadie los quería”. Los años 80 le obligaron a mirar en otra dirección. En el 78 pintó un cuadro enorme llamado 10 metros de Renoir. Lo cortó y vendió por centímetro­s para simbolizar el fin de ese capítulo de su trayectori­a en una gran performanc­e. Y se metió con la política. “Había un presidente grotesco en esos momentos en Colombia, Julio César Turbay, y yo todos los días lo dibujaba en papel, en cortinas, en lo que fuera, como protesta. Durante su gobierno se estableció el Estatuto de Seguridad que hizo que Gabriel García Márquez, y otros muchos,

se tuvieran que exiliar para no ir a la cárcel. Perseguían a la gente que apoyaba al régimen cubano de Castro y a mis muestras mandaba detectives para espiarme. A mí me divertía mucho este pulso pero en ese momento sucedió la Toma del Palacio de Justicia (en el 85 un comando de guerriller­os del M-19 se hizo con el edificio durante 27 horas) y sentí: ‘Ya no me puedo reír más”. Cambió el color de sus obras, se hicieron más oscuras, y lentamente volvió al óleo sobre lienzo. “Fue como si hubiera corrido una cortina y de repente viera la violencia tan terrible de la guerrilla, el narcotráfi­co y los paramilita­res. Esa desfachate­z, esa manera de matar, el negocio de los ataúdes… Yo leía los periódicos y no podía creer lo que estaba pasando. No hay una familia en Colombia que no tenga una víctima causada por ese conflicto. Mi trabajo producía mucho rechazo, la gente no quería ver eso, pero era lo que tenía que hacer. Nunca pensé en irme del país”, concluye. Después de décadas denunciand­o esta situación, Beatriz, con la llegada de la paz, a sus 80 años, vuelve a dudar. “Estoy expectante, espero una aparición como la de Los Suicidas o la cama. Tal vez es el momento de otro cambio”, asegura. De Vermeer a la crítica política o la tragedia de su país, de la finura a la trangresió­n, ¿hay algún hilo conductor en su obra?, le pregunto “La provocació­n, la practico desde que soy una niña. Los tímidos somos así”. Beatriz González: Hasta el 2 de septiembre en el Palacio de Velázquez de Madrid. museoreina­sofia.es

“El hilo conductor de mis obras es la provocació­n. sorprender Me gusta desde tímidos que soy una niña, los somos así”. beatriz gonzález

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adiós (1968) e izda., Beatriz frente a su cortina Decoración de
Interiores (1981), en la que el presidente Turbay aparece caricaturi­zado cantando rancheras.
Retrato África adiós (1968) e izda., Beatriz frente a su cortina Decoración de Interiores (1981), en la que el presidente Turbay aparece caricaturi­zado cantando rancheras.
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