ALEGRAR LA VISTA
En lo alto de la isla de Alicudi se encarama la casa del interiorista Alessio Aldinucci. Pasado, artesanía y color se funden con el mar Tirreno como en un óleo.
Encaramada a un volcán del mar Tirreno, la casa de verano del decorador Alessio Aldinucci es pura poesía.
La isla de Alicudi, una de las más pequeñas del archipiélago de las Eolias, en el norte de Sicilia, es un lugar tan bello como remoto. Sin calles, ni de tierra ni de asfalto, el único medio de transporte es el burro o andar por interminables escalones de piedra irregulares que van hasta la cima de su antiguo volcán. “Es una zona de contrastes, o te enamoras locamente o la odias. Es romántica y dura, fascinante y difícil. Como El País de Nunca Jamás, porque puedes visitarla y no volver. Pero si decides regresar es porque tiene algo que contarte”, explica Alessio Aldinucci, interiorista que posee una impresionante casa allí. Aunque su origen date de finales del XIX, cuando se construyó para la hija de un acaudalado hombre de negocios, su historia actual comenzó en 1984, cuando su anterior dueño, Pietro, pareja entonces de Aldinucci, la compró (sin siquiera verla) convencido por un amigo que había quedado prendado de la zona. “Estaba prácticamente en ruinas y Pietro le hizo una
“La casa tiene un ‘NO ESTILO’. Es un telón de fondo del gran teatro que es la ISLA”. alessio aldinucci
hizo una pequeña reforma para que se pudiera vivir en ella durante los veranos. En aquella época los pocos edificios habitados de la isla eran grises, sin agua corriente ni electricidad, y él trajo los colores. Sobre todo puede verse en la terraza amarilla”, recuerda Aldinucci. Tras la muerte de su propietario, en 2003, Alessio la heredó y tardó varios años en armarse de valor para intervenir en ella, aunque trató de “preservar su alma y su encanto”. Cuenta con 180 m2 en cada una de sus tres plantas, dos baños, una gran cocina, una sala de estar, cinco dormitorios (cada uno con un nombre y un tono distinto) y dos terrazas con unas vistas del archipiélago que podrían llegar a confundirse con un óleo. Se respetó la distribución, fundamental para generar corriente de aire en los días de caluroso siroco, las puertas de madera de castaño típicas y los suelos originales de baldosas de la zona, un símbolo de estatus, ya que se vidriaban y pintaban a mano. “Era algo que solo se podían permitir los ricos y aquí destacan los de la habitación azul, que son de los más bellos del pueblo”, cuenta orgulloso el diseñador que también regenta un pequeño hotel en la Toscana. Para los colores, el entorno fue la inspiración: las azoteas se pintaron a semejanza de las rocas volcánicas, amarillas y marrones, y las ventanas y puertas se tiñeron del azul del mar. “También se recuperaron algunos de la propia casa, como los desvaídos de la pared del comedor, que es resultado de la superposición de pinturas a lo largo de los años junto al efecto de la humedad de la roca. Para muchas personas sería impensable dejarlo, pero yo quise conservarlo así”. En cuanto al mobiliario, en su particular colección mezcla recuerdos de viajes con piezas de diseño y artesanía de toda Italia. “Creo que he buscado deliberadamente un no estilo. Me gusta considerarlo un telón de fondo del gran teatro que es la isla, en el que las personas y las cosas contribuyen, cada temporada, a crear un espectáculo totalmente diferente”, concluye.