LA BELLA HELENA
SILVESTRE, natural Y RELAJADO. ASÍ ES EL PARAÍSO DE Helena Christensen EN LAS MONTAÑAS DE Nueva York.
Rústica, suave y salvaje. Es la cabaña en los bosques de Nueva York de la top Helena Christensen.
Amedida que conducimos por las montañas de Catskill hacia el refugio de Helena Christensen (Copenhague, 1968), el verde se vuelve casi intoxicante. Hay una virulencia technicolor en el paisaje, especialmente si llueve, como ahora. Llegando al valle donde se encuentra la casa, se oye la corriente del arroyo que atraviesa la propiedad. De pronto, la cabaña de madera de dos plantas pintada de azul tormenta aparece entre los árboles y vemos a Helena sentada en la veranda con Kuma, su perro pastor australiano. Es difícil no mirarla fijamente a la cara mientras habla, pero tras 30 años bajo los focos está acostumbrada. “Huir de la ciudad y entrar en contacto con el campo es fundamental para mí –explica–. Estar cerca del agua es una de las cosas más importantes en mi vida, por lo que descubrir que la construcción estaba junto a un arroyo me provocó un flechazo inmediato. Además, hay cerca un río más caudaloso donde, en verano, nado a diario. Así siento que limpio mi mente y que me fundo con la naturaleza”. Este amor por el aire libre no significa que Christensen no sea una chica de ciudad; le encanta la “atmosfera electrizante” de Manhattan, donde vive, pero compró este lugar hace 11 años como “un escape necesario” de su ajetreada vida laboral. La modelo, uno de los pilares de la generación de las topmodels, se ha consolidado como fotógrafa, es la directora creativa de la firma de aromas strangelove nyc, fundada con su amiga Elizabeth Gaynes, y, recientemente, junto a la diseñadora y artista Camilla Staerk ha lanzado colecciones de gafas, zapatos, joyas y hasta una casa prefabricada para Revolution Precrafted Properties con el apellido de ambas. Para renovar la arquitectura años 20 de este escondite silvestre y abrir los diminutos espacios, Christensen contrató a constructores locales. Destinó la planta baja a salón, comedor y cocina y la superior a dos dormitorios, además de otros dos que ocupan el antiguo granero. Buscó una decoración de un aire rústico refinado con muebles antiguos y hallazgos de tiendas locales. Las velas y los toques nórdicos son un guiño a sus orígenes mitad peruanos, mitad daneses, acentuados por el frío y la proximidad de la Navidad (nació el 25 de diciembre), fechas en las que cubre las sillas del comedor con pieles de oveja. “En Dinamarca creces en espacios con un estilo que te acompaña siempre. La casa de mis padres tenía este ambiente acogedor, con velas... Siempre olía a comida deliciosa o como si algo estuviera en el horno. Son detalles que te dan calidad de vida”, asegura. Para las paredes escogió dos gamas cromáticas: gris verdoso y blanco para potenciar la luminosidad del piso superior, mientras que para el inferior optó por tonos terrosos y enfatizar de esta manera su luz más tenue. “Existe una especie de romance entre un fotógrafo y la luz, lo que para mí no significa que esta deba ser abundante, también hay belleza en la penumbra. Algunas zonas me han quedado oscuras, pero la forma en que baña suavemente las habitaciones, cómo cambia la atmósfera, es algo que me tranquiliza y que busco al refugiarme aquí, lejos del asfalto”, concluye. staerkandchristensen.com