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VIDA DE FAMILIA

Margherita, la nietísima de los Missoni, vive en un pequeño pueblo cerca de Milán, en una casa de cuento cubierta de flores y murales. Romanticis­mo chic.

- estilismo: CARLOS MOTA texto: DEREK BLASBERG fotos: MATTHIEU SALVAING

Margherita Missoni se ha rodeado en su casa de campo de muebles vintage, flores y romanticis­mo chic.

Varese es el punto de partida y de llegada de esta historia circular cuya protagonis­ta es Margherita Missoni. Nieta de Ottavio y Rosita, los fundadores de la mítica firma de moda italiana, e hija de Angela, su actual directora creativa, creció en esta pequeña localidad alpina a una hora de Milán, tan tranquila y adormilada que bien podría ser un ejemplo del slow life movement. Tras el instituto, Margherita se marchó a estudiar moda, primero a la capital lombarda y después a trabajar en Barcelona, París, Roma y Nueva York, hasta que en 2012, después de casarse con el piloto de carreras Eugenio Amos, sintió la necesidad de volver a sus raíces. Primero encontró el enclave perfecto y más tarde contrató al arquitecto Aldo Cibic, junto al que se lanzó a proyectar y decorar esta villa de cuatro dormitorio­s, un salón, comedor, despacho independie­nte para ella y un gran garaje en el que Amos guarda su colección de coches. “Nunca había hecho un interior antes y subestimé la carga de trabajo. Pensaba que se trataba solo de escoger unas telas —se ríe—. Prioricé color y forma sobre épocas y coherencia”, explica. La mayoría de los muebles los compró online (“navegar por ebay es uno de mis pasatiempo­s favoritos”) o en escapadas románticas con su marido. “Nos despertába­mos a las cinco de la mañana y pensábamos, ‘vámonos hoy a este mercadillo en Bélgica’, cogíamos el coche y huíamos, intentando volver siempre para cenar”, cuenta. Nunca se preocupó por medir ni calcular nada, y lo guardó todo durante meses en un almacén. Sorprenden­temente, la mayoría de las piezas encajaron a la perfección, por algo el ojo estético lo lleva en los genes. “Este sofá del salón, por ejemplo, lo compramos por 500 euros porque estaba desvencija­do. Lo retapicé y ahora es el alma de la casa”, aclara. La pasión por los textiles y los estampados de la dueña es también evidente en la vivienda, especialme­nte en el mural pintado por el colectivo Pictalab del comedor o en los diferentes papeles de Josef Frank que hay en las paredes. “Cuando era niña soñaba con vivir en una gran ciudad, pero fue justamente mientras trabajaba en Manhattan cuando me di cuenta de que necesitaba volver. En cuanto me quedé embarazada, lo vi claro. Varese era el destino y el place to be”. missonihom­e.com

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