REINO FUGAZ
EN 1933, EL ARQUITECTO ECKART MUTHESIUS CREÓ UN MANIFIESTO MODERNISTA EN LA INDIA, EL PALACIO MANIK BAGH, PARA EL JOVEN MARAJÁ DE INDORE. ASÍ FUE SU HISTORIA.
Luchó contra el olvido. Ni quiso arrancar un capítulo de su vida ni, contradiciendo a George Sand, arrojar a la hoguera todo el libro. Solo al final de sus días la historia parecía dispuesta a dedicarle unas líneas. En 1989 sus muebles de los años 30 eran reeditados. Tras la presentación, llamó con la curiosidad de un niño al fabricante y le preguntó: ¿Cómo ha ido? Unos meses después, murió. Hubo pocas necrológicas en la prensa. Su nombre, Eckart Muthesius, solo era mencionado ocasionalmente en los cátalogos de alguna subasta. Él firmó el Versalles Art Deco en la India. Un palacio tan Bauhaus que en las fotos oficiales de la época, el tejado a dos aguas –los monzones mandan– fue borrado para cumplir con la máxima de la escuela alemana de que la cubierta debía ser, lloviese o tronase, plana. Lo había diseñado para el Marajá de Indore y pasó a la historia como creación del cliente, tanto que parecía que había colocado en persona ladrillo tras ladrillo cuando lo único que puso fue cheque sobre cheque. Eso sí, una escandalosa cantidad para edificar una residencia de 40 habitaciones. Todo fue obra de Muthesius, al que es justo reivindicar ahora. Yeshwant Rao Holkar II nació príncipe. La corona le llegó pronto, a los 17 años. A su padre los británicos le hicieron abdicar por un lío de faldas que se convirtió en un escándalo. Nuestro monarca también adelantó su cita con la muerte. Se cruzó con un cáncer. Tenía 61 años. Antes, sabiendo su destino, quemó todos sus papeles. Quería pasar a la posteridad sigilosamente. Se olvidó, eso sí, de los retratos que le hizo el pintor Bernard Boutet de Monvel: uno, vestido de etiqueta y otro, con traje tradicional, collares de perlas y unas discretas peras de 47 quilates (léase, sencillos diamantes montados por
Chaumet en 1913). También olvidó tirar a la chimenea las fotos que Man Ray le tomó a él y a la maharaní en su luna de miel. Los lienzos y las copias en blanco y negro son imágenes icónicas de una época. Cuando París era una borrachera.
El marajá conoció a un Eckart Muthesius recién licenciado en arquitectura y recién casado con Miette Hardy, la hija de su tutor. Muthesius tenía 25 años y Yeshwant cuatro menos. Uno visitaba a su suegro y el otro estaba en la Universidad de Oxford. En la conversación, tras hablar del clima, surgió que el royal quería construirse un moderno palacio en su ciudad natal. Había pedido el proyecto a un famoso arquitecto francés. Le enseñó los planos. Eckart hizo unos comentarios. Los corrigió. En tres horas tuvo el encargo. Tardó tres semanas en terminar los croquis y cinco días más en llegar a la capital del reino del marajá. Empieza la leyenda de Manik Bagh –el jardín de rubíes–. Estamos en 1929.
El palacio es una construcción en forma de U en la ciudad de Indore, en el estado actual Madhya Pradesh. A casi 600 kilómetros de Bombay, se tarda once horas en llegar en coche. Es una máquina para habitar, como diría Le Corbusier, construida con artesanía local. Las paredes, que no admiten papel pintado ni entelados –otra vez los incordiosos vientos estivales cargados de lluvia–, son cubiertas con un fino polvo de vidrio en la última lechada. Dependiendo de la luz, brillan en una elegante gama de tonos pastel. También hay que vestir los espacios. Desde los pomos de las puertas o las lámparas hasta las cucharillas de café, todo fue diseñado especialmente por Eckart, que proyectó la mayoría de los muebles, como unos sillones rojos en piel con lámparas en los brazos y ceniceros incorporados que se exhiben en Berlín antes de viajar a Indore. El marajá, sobrado de liquidez aún tras el Crack del 29, compró un conjunto de despacho de Jacques-Émile Ruhlmann presentado en el Salon des artistes décorateurs de París de ese año. Lo quiso en ébano de Macassar. Baccarat firmó la cristalería, Puiforcat los cubiertos. Había diseños de Eileen Gray, Le Corbusier, Alix & Sognot, Ivan da Silva Bruhns... Marcel Breuer colaboró en la habitación de los niños con su mobiliario de acero tubular en versión miniatura. En las paredes, Boutet de Monvel, Man Ray y otros artistas de las vanguar
dias. Picasso no le interesaba al marajá, pero Constantin Brancusi sí. Se enamoró de su Pájaro en el espacio. Le pidió tres: uno blanco, otro negro y otro dorado. Y, ya puestos, le encargó un pabellón. Nunca se construye. Pese al cúmulo de piezas y nombres –parecía el who is who del diseño de la época– los interiores son de una sorprendente simplicidad. Se terminó en 1933. Por cierto, el soberano se dejó ver poco por Manik Bagh. La maharaní muere en 1937, tenía 22 años. Se oyen tambores de guerra mundial. Antes de terminar la década, Yashwant Rao se casa con la enfermera de su esposa. Se divorcia a los pocos meses. Vuelve a pasar por la vicaría. Sigue siendo joven, atractivo y elegante. Mantiene su gusto exquisito. No se siente cómodo en la India ni tampoco en la metrópoli. Prefiere un voluntario exilio, primero en París, luego en California. Intenta crear su mundo. En 1947 firmó el documento de adhesión de su estado a la India. Fue el último Marajá de Indore.
Al arquitecto Eckart Muthesius, antes de ser invitado educadamente a abandonar la India en 1939 –era un alemán en suelo británico–, le dio tiempo a diseñar un tren, un avión, una caravana y otros proyectos no realizados como una casa flotante o una villa con amarres. Instalado en Alemania, los nazis, bajo vigilancia, le pusieron a construir hospitales y cuarteles. Más tarde, los norteamericanos le encargarían viviendas baratas. A mediados de los 50, le despidieron. Sobrevivió con pequeñas obras. Sus proyectos estrella, como el Jockey Bar de Berlín, han desaparecido o se han convertido en otra cosa. Manik Bagh, despojado de su esplendor moderno, alberga hoy oficinas de la administración desde la década de los 70.