Corazón blanco
María Santos cruzó el Atlántico para europeizar este apartamento en Manhattan. Piezas a medida, joyas de chamarileros y mucho blanco obraron su conquista americana.
La interiorista María Santos llevó desde Madrid piezas impactantes y a medida para un piso de Manhattan. El resultado: níveo, reluciente y de aires europeos.
“Decidí comprar en Madrid los muebles y enviarlos aquí: pocos pero impactantes”. MARÍA SANTOS
Sus muebles están retenidos en la aduana”. Tal vez esta sea la peor noticia que puede recibir un interiorista español que ha aceptado un proyecto en Manhattan y debe entregarlo en tres días. “Me subí a un taxi dispuesta a negociar con los funcionarios del puerto de Nueva Jersey, pero el conductor me dijo que la carrera costaría 600 dólares. Así que bajé a tomar aire y entrar en una cafetería mientras barajaba mis opciones para rescatar los muebles del contenedor. Y entonces sonó el teléfono. Los iban a liberar”, explica María Santos sobre lo que vivió como un secuestro design. Pero antes de llegar a este punto hay remontarse a principios del año pasado, cuando unos clientes que viven en Madrid, donde ella tiene su estudio, le comunicaron que iban a comprar un apartamento en la Gran Manzana, con increíbles vistas a Central Park. “Es una casa de un solo dormitorio con vestidor y baño en suite, salón-comedor y cocina, que forma parte de un rascacielos de los 70. Ellos ya habían contactado con unos arquitectos y habían comenzado a reformarlo a distancia, mientras consultaban conmigo todos los detalles para darle el estilo europeo que buscaban”, continúa Santos. Escogieron molduras, parquet de roble en punta de Hungría –algo nada común para los constructores americanos–, una cocina blanca y un baño funcional. “No querían una casa para vivir, sino a la que escapar una semana al año y reunirse con los amigos y, sobre todo, desde la que recorrer la ciudad. Por eso me dieron mucha libertad y escogí una paleta de tonos blancos y cremas y maderas claras para crear un escenario atractivo”. En cambio, los límites decorativos se los dio la ciudad. Santos, acostumbrada al buen mercado de anticuariado que hay en España, no encontró buenas piezas en la capital neoyorquina: las que hallaba estaban restauradas hasta el extremo de parecer reediciones, no tenían ni un ápice de pátina. “Fue cuando decidí comprar en Madrid y enviarlas hasta allí. Al ser una casa pequeña debía escoger pocas pero impactantes. Así que busqué joyas de los 40 a los 60 y sofás y alfombras a medida crudos”. Una vez salieron del puerto todas ellas, María, con ayuda de la anticuaria catalana Carina Casanovas, que la acompañó a Nueva York, cruzaron hasta Brooklyn en busca de muebles originales sin restaurar con los que redondear la decoración. En el barrio dieron con austeras esculturas de los años 70, lámparas de cristal de los 30 o bancos de madera de los 50 que complementaron con imponentes iconos, como una butaca de Platner o una mesa de comedor de mármol de Mangiarotti, que conviven con litografías XXL de Bacon o Kapoor, la nota estimulante de “refugio con ánimo social”, concluye. Un consulado para las relaciones públicas. ESTUDIOMARIASANTOS.COM