Amo mi CAMA

Y no voy de Casanova que salta de lecho en lecho, Acabo de cambiar de cama. sino de persona precavida: si a mis escasos 45 años llevo cerca de 13 tumbado en una (siete horas diarias de media), merezco reposar en la mejor. Llegó de París (sin esperar nueve meses), la elegimos de 1.80 metros y en cuanto se posó en el dormitorio (y nosotros en ella), supimos que era la perfecta. Ahora no cabe mucho toda ella es como una plataforma acolchada, mullida, más en la habitación, acogedora, y ya forma una sola pieza junto al cabecero esponjoso de lino que ocupa la pared entera. Más que un colchón, acabamos de ‘adoptar’ una obra de artesanía: está hecho a mano y personalizado (dureza media, pedimos). Por dentro, muelles de mohair, crin de caballo, lana de ensacados individualmente abrazados por capas camello y seda natural.

Encima, una colchoneta extra muy mullida llamada ‘topper’, que hace el descanso más amoroso y a la que masajeamos cada semana como a un bebé para que conserve sus cualidades (hasta pienso en ponérmela de capa para ir “Soy un escritor completamente a una fiesta de gala, como haría Jean Cocteau). horizontal, no puedo pensar a menos que esté acostado”, dijo Truman Capote. Estoy de acuerdo: tumbado me siento más creativo, cerca de los sueños, del inconsciente. ¿O será el colchón? Una especie de gravedad me atrae hacia él, y caigo por gusto y por pereza. Como rezaba el cartel sobre la cama de Onetti: Ama a tu cama como a ti mismo. “Se nace cansado y se vive para descansar.

Descansa de día para dormir de noche”. Parece imposible pero sería lo justo.