Brasil del Norte
La marchante Ana Escárzaga ha reunido en su casa-galería con vistas a la bahía de Santander una cuidada selección de muebles de diseño carioca. Aquí todo cambia, salvo su ambiente exquisito.
¿Cómo vivir en Santander como si estuvieras en Ipanema? La marchante Ana Escárzaga lo ha conseguido en una casona frente al mar.
“Quería una casa que nueva. no pareciera Que tuviera pátina, con rayones y marcas”. ANA ESCÁRZAGA
En la casa de Ana Escárzaga casi todo va y viene. Es habitual que sus hijos se sorprendan en sus visitas al ver que un mueble ha desaparecido, ha sido sustituido por otro o se encuentra decorando otra habitación en una composición completamente nueva. “La atmósfera, sin embargo, no cambia nunca. Creo que está muy vivida, como si hubiésemos estado aquí siempre”, nos aclara. Aunque no lo parezca, hace solo dos años que esta marchante y coleccionista de mobiliario y su marido se construyeron esta villa de dos pisos y 450 m2, completamente abierta a la bahía de Santander, y que ha convertido también en su galería de diseño donde solo recibe a sus selectos clientes. Su anterior vivienda, del doble de tamaño y también obra del estudio cántabro EME Atelier, se les había quedado grande tras la marcha de sus hijos. “Teníamos muy claro lo que queríamos: que no pareciera nuevo, que tuviera pátina, que el hormigón tuviera sus rayones y sus marcas. Los materiales son viejos en sí, no me gusta nada el envejecimiento artificial de las cosas”, señala. Su inclinación por elementos con historia lo deja claro: utilizó unas puertas recuperadas de un piso de la calle Velázquez de Madrid, instaló una de entrada del XVII y cubrió la mayoría de los suelos de roble con nudos naturales. Eso sí, si algo tiene pasado es su selección de muebles. Lejos de dejarse llevar por lo obvio (“hace más de 20 años me dedicaba a lo nórdico, que era muy digno, pero ya me da pereza”, confiesa) ha reunido joyas brasileñas del siglo XX. Todas las estancias y su impresionante exterior están pobladas de exquisitas piezas de época de Joaquim Tenreiro, Jorge Zalszupin o Lina Bo Bardi que solo es capaz de hallar un ojo con décadas de experiencia. Algunas, según confiesa, ni siquiera puede enseñarlas porque son demasiado exclusivas. “Esto es como ser marchante de arte y hay que ser discreta. Bueno, es que el diseño es arte”, cuenta. Aunque la mayoría están a la venta, el piso de arriba lo reserva como zona privada, con su dormitorio y su vestidor, y hay cosas que sea cual sea la oferta nunca se irán. Una mesa francesa que le regaló su madre, una silla de los años 30 del británico Gerald Summers –“uno de los pioneros en el modelado de madera”– o una mesa de José Zanine Caldas que encontró en un vertedero de São Paulo. “Esas con las que te encariñas siempre están. Si las vendo es porque me he enamorado de otras, no hay sitio para tanto cariño –añade riendo–. En el fondo, no me importa que la casa se mueva. Y a mi marido, que es el que vive aquí, tampoco. Así que ningún problema”. @ANA_ESCARZAGA_GALLERY