Brillos y Ladrillos
LA REINA DE INGLATERRA NO LE NOMBRÓ CUANDO INAUGURÓ SU OBRA MÁS EMBLEMÁTICA, LA ÓPERA DE SÍDNEY. ESTAMOS EN 1973. EN ESOS DÍAS, JØRN UTZON SE RECLUÍA EN CAN LIS. VISITAMOS SU MÍTICA CASA EN PORTO PETRO.
Con piedra de Marés, ladrillo y azulejos, el danés Jørn Utzon proyectó una obra maestra: Can Lis, en Mallorca.
Cuál va ser el enfoque?”. Es la primera pregunta. Seguida de una condición: “Tenemos que negociar el contenido y revisaremos el texto”. Al periodista se le encienden las alarmas. ¿Estamos ante un Watergate arquitectónico? ¿Otro Mies contra Farnsworth...? Un domingo de febrero este plumilla se estira la ropa –total look negro, que siempre funciona, da aire de arquitecto– ante la puerta de Can Lis. Estoy en la costa naciente de Mallorca, cerca de Porto Petro. El mar se siente cerca, apenas a veinte metros. También el acantilado. Con la mejor de las sonrisas, busco el timbre. No hay. Toco la puerta. Por las conversaciones anteriores con la Fundación Utzon –y sus exigencias– espero entrar en territorio hostil.
No hay miedo, sí nerviosismo y mucho respeto. La primera casa de Jørn Utzon (1918-2008) en Mallorca es un templo. Hay pocas residencias del siglo XX que hayan recibido tantos elogios. El maestro danés llego aquí por amor a una isla entonces desierta que visitó por primera vez en 1958. Doce años y una ópera después, la eligió como su reposo del guerrero tras batallar contra la burocracia y los políticos que le invitaron a abandonar su obra más emblemática, la Ópera de Sídney. Esta es la versión trailer de cómo sucedió: un joven arquitecto de 38 años gana el concurso más codiciado de los años 50. Se presentaron 233 proyectos. En su propuesta, como en toda su obra, encontramos a Asplund, a Aalto y una buena dosis de Le Corbusier. También algo de Wright y mucho de las ruinas aztecas y mayas. Ya en los primeros dibujos se intuye que el edificio de la bahía, con su gran plataforma –¿homenaje a los santuarios mexicanos?– y las velas de las cúpulas, será un icono. En 1959, a los tres años de ganar, arrancan las obras. Hay prisas. El gobierno decidió empezar sin haber definido
la estructura. Con el basamento casi construido, en 1962 el danés encuentra el modo de sostener las bóvedas. Su famosa solución esférica permitía levantarlas con elementos prefabricados. Pero las peleas con el ministro de turno se suceden, los trabajos van lentos y el presupuesto se dispara. Como resultado, Utzon abandona el proyecto. En 1966 deja Australia con la ópera inconclusa. Cuando se inaugura, siete años después, nadie le nombra. El edificio parece anónimo.
La puerta de Can Lis se abre. Un joven arquitecto da la bienvenida. “Tienes toda la casa para ti. Recórrela a tu ritmo”. No hay signos de hostilidad. Él, junto a tres colegas, está pasando unos días en ella. Son invitados de la fundación que beca el alojamiento a quienes quieran profundizar en la obra de Utzon. La institución es la dueña de la residencia y la mantiene viva con estas estancias. Tras la puerta, una ventana en forma de luna nueva en azulejo deja ver el mar. Empieza el recorrido. Son cuatro pabellones unidos por patios y terrazas. A la derecha: la cocina, el comedor y el estudio. Frente a ellos, una terraza flanqueada por columnatas donde protegerse del sol. A la izquierda, oblicuamente –nunca axialmente– aparecen los otros tres cubos que se adaptan al lugar, buscando la mejor orientación e integrando los árboles existentes. Un patio da paso al cuarto de estar y, más allá, a dos construcciones. Una contiene las habitaciones reservadas a la familia y la otra, las de invitados.
Vuelvo al salón. Es el volumen más alto, con doble altura. Como en toda la casa, las paredes aparecen desnudas. Hay un sofá circular donde el mar se contempla desde cualquier extremo, una chimenea, una mesa de café y una librería, todo
hecho de obra. El protagonista es el Mediterráneo. Aparece a través de cuatro ventanales abocinados que empiezan en el suelo y llegan a media altura. El grosor de los muros recuerda a las construcciones medievales. Hay que sentarse, dejar pasar la vida –o al menos unas horas– para sentir la magia de Can Lis. Una puesta de sol rojiza o una luna llena transforman la estancia. La luz es el último material de la casa. Tras ser acusado de despilfarro en Australia, Utzon construyó con lo básico. Tiró de lo autóctono: piedra de Marés –la arenisca local de oro rosa– en los paramentos, y ladrillo de socarras para dar forma a los muebles, rematados por azulejos mocaoret. Materiales simples con soluciones ingeniosas. Los bloques de arenisca, las viguetas de hormigón prefabricadas y las bovedillas son la opción low cost como lo fue su idea para las cúpulas de la ópera. En las fotos, Can Lis parece las ruinas de una antigua abadía. Cuando la recorres, imaginas unos baños romanos o un palacio griego. Es un elogio a la simplicidad, a una vida más esencial. “Asplund en Suecia y Aalto en Finlandia poseen algo mas allá del puro funcionalismo. A veces muestran lo que yo llamaría una superestructura espiritual. Eso es poesía”, señaló el maestro sobre sus maestros. Y esa lírica Utzon la logra en Can Lis y me temo, sin escándalos. En 1994 abandona la casa. La humedad y los curiosos perturban el paraíso. Se traslada a Can Feliz, al interior, lejos del mar. Allí Utzon es menos experimental, gana el confort. CANLIS.DK
CAN LIS FUE EL RETIRO ESPIRITUAL DE JØRN UTZON. AQUÍ VIVIÓ Y TRABAJÓ DURANTE MÁS DE 20 AÑOS.