De la fractura… ¿a la reconcilación?
La incertidumbre se mantiene en Cataluña tras las elecciones de hace una semana que radiografían una sociedad fracturada prácticamente por la mitad. El reto más importante ahora es cómo tanto desde la arena política como desde la social se aborda la nueva
La sociedad catalana necesita poner palabras a la carga emocional que soporta desde hace unos años con el denominado procés, intensificada en los últimos meses, en los que la Generalitat confirmó su desafío al Estado de Derecho; primero, con la convocatoria de un referéndum ilegal y luego con la Declaración Unilateral de Independencia, la DUI, que provocaron la aplicación, por parte del Gobierno de Rajoy, del artículo 155 de la Constitución Española y la detención, a cargo de la Justicia, de miembros del Gobierno catalán y actores de la sociedad civil, algunos en prisión todavía y otros en libertad bajo fianza.
Una montaña rusa de emociones que parece no llegar a su fin, después del resultado de las elecciones de la semana pasada, en las que el bloque soberanista mantuvo la mayoría absoluta en el Parlament aunque ninguno de los partidos que lo integra consiguió ser la primera fuerza, que fue por primera vez un partido constitucionalista, Ciudadanos.
Así las cosas, y con una participación superior al 80 %, la sociedad queda prácticamente dividida en dos, aunque en votos absolutos y en porcentaje son mayoría, aunque ligera, los que no están por la independencia. De hecho, la fractura social, con las consecuencias económicas que ya vive esta región son los principales problemas que tendrá
que afrontar un nuevo Gobierno. En este sentido, quien reina hoy es la incertidumbre.
Peio Sánchez, rector de Santa Anna, atiende a Alfa y Omega justo 24 horas después de los comicios. Su hoja de ruta no se ve modificada. Hace unos meses se propuso sentar a personas de distintas sensibilidades e ideas en la misma para que hablasen sobre lo que habían sentido. A día de hoy son siete grupos, integrados por ocho personas cada uno, los que periódicamente se reúnen. «Hay personas muy significativas, cristianos y con responsabilidades políticas», explica Peio.
Cada encuentro tiene un moderador que realiza una propuesta de diálogo personal en torno a vivencias. Por ejemplo, cada participante explica o analiza cómo ha llegado a colocarse en la postura que ahora defiende desde su historia personal, con los conflictos que haya podido vivir y cómo esto ha afectado a su relación con los demás. Del mismo modo se ha acudido a textos del Evangelio o de personalidades como Ghandi para conocer las implicaciones que pueden tener en la vida diaria de estas personas.
La respuesta de los participantes ha sido el agradecimiento, pues han podido compartir lo que sienten en estos momentos y reconocer «que los otros que piensan distinto tienen las mismas vivencias». Es decir, conectan más allá de las opciones políticas, que pasan a un segundo plano.
Otro eje es el trabajo por la no violencia, con sus raíces cristianas y cívicas. Y esto se trabaja, afirma Peio Sánchez, porque en la actualidad «las salidas políticas presentan muchas limitaciones y parece complicado que se produzcan pactos y acuerdos y, por tanto, crezca la opción de la no violencia». Dice que se trata de prevenir un discurso del odio que podría acabar en agresión, aunque advierte de que este iniciativa concreta de Iglesia, como otras que puedan surgir a nivel de sociedad civil, debe apoyarse con caminos institucionales y políticos de salida, porque si no es así, «las heridas se multiplican».
Generar concordia y espacios de encuentro, como lo hace la parroquia de Santa Anna en Barcelona, ha sido y es la postura que ha mantenido la jerarquía eclesial en los últimos tiempos, salvo alguna sonada excepción como la de los 400 sacerdotes y religiosos, minoría entre el clero catalán, que apoyaron a través de un manifiesto la celebración del referéndum.
La Conferencia Episcopal Tarraconense (CET) subrayó la necesidad de «avanzar por el camino del diálogo y del entendimiento, del respeto a los derechos y las instituciones y de la no confrontación, ayudando a que nuestra sociedad se aun espacio de libertad y paz».
También el cardenal arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, afirmó en estas páginas, en varias ocasiones y momentos diferentes, que en Cataluña caben todos y que «toca caminar juntos y ver lo bueno que tienen unos y otros». El presidente de la CET y arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, sostuvo que los pastores de la Iglesia «deben servir a todos y no tomar opciones políticas».
La postura de la Iglesia catalana, la de sus pastores, tuvo eco en los pronunciamientos que desde la Conferencia Episcopal se realizaron en los últimos meses. Primero, con la declaración de la Comisión Permanente del Episcopado, leída personalmente por el cardenal Ricardo Blázquez, quien volvió sobre la cuestión en su discurso de apertura de la última Asamblea Plenaria de los obispos, en el que respaldó la vuelta al orden constitucional tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución Española por parte del Gobierno.
Con las elecciones del pasado 21 de diciembre, que han dejado una fotografía, con matices, muy parecida a la anterior, la incertidumbre se mantiene de cara al futuro. Pero la apuesta de la Iglesia por la reconciliación y la pacificación de las personas sigue firme, pues de personas reconciliadas pueden surgir más fácilmente soluciones políticas para un problema que está dañando gravemente a la sociedad.