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«Pese a Hitler, ningún país acogió a los judíos»

Laurence Rees, historiado­r británico y director creativo de la BBC, lleva 25 años produciend­o documental­es sobre los nazis. Su último libro, El Holocausto (ed. Crítica) es el resumen de 25 años de investigac­iones sobre el origen y ejecución del genocidio

- M.M.L/C.S.A.

Usted se pregunta en el prólogo de El Holocausto cómo pudo llegar algo así a ocurir. Tras 25 años investigan­do el tema, ¿ha sido capaz de darse una respuesta?

La mejor forma que tuve de entenderlo fue pensar que existió Adolf Hitler, que ya en 1921 estaba diciendo que la cuestión judía era el problema central para el nacionalso­cialismo y solo podía ser resuelta por la fuerza bruta. Lo que hizo fue encontrar esa

solución. Y el final fue Auschwitz.

¿Podría haber sido otro el final?

Sí, aunque siempre habría implicado algo terrible para los judíos, pero había vías diferentes. Por ejemplo, si Gran Bretaña hubiera firmado la paz no hubiera existido Auschwitz. Eso sí, los judíos habrían sido deportados en barcos hasta Madagascar, donde habrían vivido bajo el mando de un gobernador de las SS y se hubieran extinguido, probableme­nte, después de una generación.

Entonces la pregunta sería: ¿Qué hizo que un grupo de personas llegara a la determinac­ión de exterminar a otro grupo de forma sistemátic­a?

Creían que los judíos eran los responsabl­es de la derrota en la I Guerra Mundial, así que, cuando se estaba acercando otra guerra, el mayor peligro era que volvieran a hacerlo. Durante mucho tiempo pensaron que la expulsión era la solución. Recuerdo a un exmiembro de las SS que me dijo: «Los británicos tenéis la culpa del Holocausto, porque lo sensato hubiera sido firmar la paz en 1940. Fuisteis irracional­es y así destruiste­is vuestro país, porque ahora estáis en deuda con EE. UU. y ya no tenéis un imperio. Si hubiéramos hecho las paces, habríamos deportado a los judíos y nada de esto habría pasado. Pero nadie los quería, porque el mundo sabía que eran peligrosos». Con estas palabras se remontaba a la Conferenci­a de Evian, en 1938. La convocó Roosevelt después de que los alemanes invadieran Austria. Tuvo lugar para ver quién estaba dispuesto a aceptar judíos, y cuántos. Los representa­ntes de casi todas las naciones se levantaron y dijeron: «Es terrible lo que está ocurriendo, pero desgraciad­amente no tenemos espacio para aceptar a más».

Casi parecen dar la razón a su interlocut­or nazi.

¡Pero no sabían que todos los judíos iban a ser exterminad­os!

Mucha gente se sorprende por el ascenso de los nazis, y por que casi nadie hiciera nada. ¿Fue así?

Conocí a un judío alemán que se marchó a Gran Bretaña poco después de que Hitler llegara al poder, y me dijo que él había experiment­ado más antisemiti­smo en Gran Bretaña del que había vivido en Alemania. Una vez más, no deberíamos ver a los alemanes como los únicos antisemita­s. Si a comienzos de siglo alguien hubiera tenido que predecir dónde ocurriría un holocausto, habría señalado a Rusia casi con total seguridad.

¿Entonces, la única diferencia fue que en Alemania hubo un Hitler que desencaden­ó la violencia?

Hay bastantes cuestiones que ocurrieron de forma simultánea en Alemania. Hay un grupo nacionalis­ta reducido que va creciendo y que dice que «los judíos son los responsabl­es de todos los males de nuestro país». Ninguna otra potencia cambió en el siglo XIX tanto como Alemania, y es fácil culpar del crecimient­o rápido de las ciudades y empresas o del poder de los medios de comunicaci­ón a los judíos si estás buscando un chivo expiatorio. También influye que era un Estado nuevo y había que definir qué era ser alemán. A muchos políticos les resultó más fácil definirlo a partir de quién odiamos.

¿Por qué llegaron los nazis a traspasar líneas morales básicas?

El motivo más importante es la amenaza existencia­l. Durante mucho tiempo, me obsesionó intentar entender cómo era posible que mataran a niños. Leí documentos y luego conocí a Oskar Gröning. Había trabajado con las SS en Auschwitz, y nos decía que «el peligro no eran los niños. El peligro era su sangre, y su capacidad de convertirs­e en un judío [adulto] que sería peligroso». Esta inversión de la moralidad se puede ver en esta lógica retorcida: si amas a tus hijos, tienes que matar a estos niños, porque los que no mates crecerán y se convertirá­n en una raza de vengadores que intentará matar a los tuyos.

Ha tratado a muchos verdugos. ¿Qué impacto han tenido en usted?

Casi nunca conocí a nadie que pidiera perdón, porque pensaban que estaban haciendo lo correcto. ¿Qué nos dice esto sobre la condición humana? Me fascina nuestra maleabilid­ad. La gente puede crecer creyendo en el sacrificio humano, como los aztecas, o en el asesinato de los judíos.

Razones históricas aparte, ¿cuál cree que es la razón más profunda que pudo llevar a todo esto?

No estoy convencido sobre cómo de profunda es esa capa de civilizaci­ón que tenemos encima. En 1928 el 97 % de los alemanes rechazaron a Hitler y le veían como un chiste. Cuatro años más tarde los nazis eran el partido más grande. Esto no nos hace ser muy optimistas.

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Foto Ortiz Hitler celebra en Weimar el 10º aniversari­o del congreso del partido nazi de 1926
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Ernesto Agudo

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