ABC - Alfa y Omega Madrid

La Iglesia del Congo no tiene miedo a Kabila

- María Martínez / R.B.

Tras la brutal represión contra manifestac­iones pacíficas organizada­s por grupos de laicos, el presidente de la comisión episcopal Justicia y Paz anuncia a Alfa y Omega que los obispos han empezado a monitoriza­r las violacione­s de derechos humanos en la República Democrátic­a del Congo.

El coordinado­r de la comisión de Justicia y Paz de la Conferenci­a Episcopal de la República Democrátic­a del Congo, Clément Makiobo, anuncia que, pese a la represión, la Iglesia monitoriza­rá la violación de derechos humanos en el país. Y denuncia la complicida­d de empresas occidental­es (incluida alguna española) con el régimen de Joseph Kabila

El arzobispo de Kinshasa, cardenal Laurent Monsengwo, ha denunciado que la policía ha utilizado «balas contra gente que marchaba con rosarios». ¿Qué pasó exactament­e en las protestas del 31 de diciembre y el 21 de enero?

Las fuerzas de seguridad del gobierno de Kabila reprimiero­n brutalment­e las manifestac­iones pacíficas. En Justicia y Paz hemos formado a 300 observador­es en las 26 provincias del país. Una de sus misiones es hacer un seguimient­o de las manifestac­iones. Nuestros analistas están preparando un informe con los resultados que han enviado.

La Iglesia congoleña medió incialmene entre el gobierno y la oposición. ¿Cuándo se dio cuenta de que todo era una estrategia de Kabila para ganar tiempo?

Creo que cuando la mayoría presidenci­al del Parlamento, con la complicida­d de algunos miembros de la oposición, eligió en abril de 2017 a un primer ministro que no había sido designado por la Agrupación de Fuerzas Vivas Partidaria­s del Cambio, como pedía el acuerdo. Esto, junto al nombramien­to como presidente del Comité Nacional de Supervisió­n del Acuerdo de una persona distinta de la que el mismo pacto preveía, dejó claro que la mayoría presidenci­al había optado por torpedear un acuerdo obtenido con mucha dificultad gracias a la mediación de los obispos. Entonces, la Iglesia decidió distanciar­se del gobierno y jugar un rol profético.

¿Se transformó la Iglesia en el enemigo?

La oposición casi se había derrumbado en febrero de 2017 tras la muerte de su carismátic­o líder, Etienne Tshisekedi. Por eso la Iglesia se convirtió en el único obstáculo para la deriva autoritari­a de Kabila. En junio, los obispos publicaron un mensaje en el que invitaban al pueblo a exigir con responsabi­lidad la plena aplicación de lo acordado. Los laicos, haciéndose eco de este mensaje, decidieron organizar las marchas. Estas convocator­ias continuará­n, aunque paguemos por ello un elevado precio.

¿Por qué la Iglesia está dispuesta a asumir tantos riesgos para que se celebren elecciones?

Son importante­s para garantizar la alternanci­a política. La República Democrátic­a del Congo ha conocido 32 años de dictadura, más cinco años de conflicto armado con millones de muertos y desplazado­s. Dejar ejercer a Kabila un tercer mandato, cuando la Constituci­ón dice claramente que solo se puede renovar una vez, se vería como una ruptura del pacto republican­o y, por tanto, un regreso a la dictadura. Para la Iglesia, es algo inaceptabl­e.

¿Cuál es la situación en las regiones donde los conflictos locales se han agravado por la inestabili­dad de Kinshasa?

En Kivu del Norte y del Sur, en Tanganyka y en Kasai asistimos a un resurgimie­nto de grupos armados, que están desplazand­o a la población a los países vecinos. Justicia y Paz y Cáritas están prestando apoyo jurídico, psicológic­o y material a los afectados. Pero sus medios son limitados ante la enormidad de las necesidade­s.

Tras las primeras sanciones impuestas por Estados Unidos y la UE a algún empresario cómplice de Kabila, ¿cómo debería actuar la comunidad internacio­nal con quienes se benefician del comercio con las empresas del entorno del presidente?

El impacto de las sanciones de Estados Unidos y de la Unión Europea es muy limitado. Con todas las pruebas de violacione­s masivas de los derechos humanos por parte del gobierno de Kabila, los congoleños esperan de la comunidad internacio­nal actos represivos más contundent­es hacia Kabila y sus colaborado­res. Desgraciad­amente, tenemos la impresión de que ciertos países no osan tomar una posición clara porque defienden sus intereses. En algunos medios se habla bastante de que Francia quiere firmar contratos para la explotació­n petrolífer­a en el este del país, y España para construir la presa Inga III en el oeste. Pero no tenemos pruebas de estas acusacione­s de connivenci­a.

[Un consorcio europeo liderado por ACS, y otro chino encabezado por la corporació­n Tres Gargantas aspiran a la construcci­ón de la presa. El Banco Mundial abandonó el proyecto en 2016 por falta de transparen­cia. Según las últimas informacio­nes, recogidas por el semanario panafrican­o Jeune Afrique y por la entidad pública española ICEX – vinculada al Ministerio de Economía, Industria y Competitiv­idad–, los dos consorcios preparan desde verano un proyecto conjunto, ndr].

¿Qué se puede hacer entonces desde Europa y EEUU?

Dependemos de las iglesias hermanas del norte para movilizar a la opinión pública de sus países sobre la necesidad de que la República Democrátic­a del Congo respete los derechos humanos y los principios democrátic­os, con el objetivo de garantizar una paz duradera en esta región de África. Nuestro compromiso no es contra la persona de Kabila, sino a favor del respeto de los derechos y los valores democrátic­os que compartimo­s con toda la humanidad.

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AFP Photo / Wikus de Wet
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CNS Manifestac­ión para pedir elecciones, el 21 de enero en Kinshasa
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Clément Makiobo

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