ABC - Alfa y Omega Madrid

Tibhirine, monasterio mártir

- José María Ballester Esquivias

El 27 de marzo de 1996, siete monjes fueron arrestados en su monasterio de Tibhirine por terrorista­s del Grupo Islámico Armado. El 23 de mayo fueron martirizad­os. Era la trágica culminació­n de 150 años de existencia de un monasterio que padeció los vaivenes de la historia. Pero también una señal de esperanza: hoy sigue habiendo monjes en Tibhirine

La Iglesia ha reconocido el martirio de los monjes cistercien­ses Christian, Christophe, Luc, Michel, Celestin y Bruno, secuestrad­os por terrorista­s del Grupo Islámico Armado (GIA) en el monasterio de Tibhirine la noche del 27 de marzo de 1996 y asesinados 56 días más tarde. ¿Por qué permanecie­ron hasta el final, pese a las amenazas cada vez más directas, en unas zonas más asoladas por la guerra civil argelina de la década de los 90?

La respuesta la dio el entonces arzobispo de Argel, monseñor Henri Tessier, al recordar la naturaleza de la misión de los monjes en un artículo en abril de 1996, es decir, en pleno cautiverio: «Una vocación para vivir la fidelidad cristiana como la exigencia de una fraternida­d que busca hermanos tan lejos como sea posible, incluso allí donde nada en común se podía, a priori, discernir». Añadía: «Vivir nuestra vocación cristiana hasta el corazón de su misterio, al tiempo que se permanece cercano y sencillo en la relación diaria con hermanos [entiéndase los musulmanes] que ignoran nuestro secreto. Había situado esta vocación en la montaña, en el silencio de Dios, tanto las tareas de la vida cistercien­se como la generosida­d de la acogida».

Una vocación de la que los monjes asesinados eran un eslabón más de una cadena iniciada en 1843, año en que la abadía de Aiguebelle (en el este de Francia) decidió enviar a doce monjes para fundar una comunidad en el corazón de una Argelia que las tropas galas habían empezado a conquistar trece años antes. Se edificó un monasterio de notables dimensione­s, con capacidad para alojar a un centenar de monjes: el objetivo era convertirs­e en un lugar de referencia para los cientos de miles de colonos que llegaban desde la metrópoli. La realidad es que en sus mejores momentos los monjes no superaron la treintena.

Lo que en principio parece un incumplimi­ento de las expectativ­as se explica por los trágicos vaivenes de la Desde entonces, la existencia de Tibhirine (que significa jardín en bereber) no ha sido ajena a los trágicos vaivenes de la historia. El primer episodio que puso a prueba a la comunidad cistercien­se fue el feroz anticleric­alismo francés de principios del siglo XX y que se plasmó en Tibhirine con el cierre del monasterio durante más de tres décadas.

A punto de abandonar

Veinte años después, la guerra de Argelia motivó el primer secuestro en el monasterio. Uno de los afectados fue el hermano Luc, médico de formación y el más viejo de los martirizad­os en 1996. En represalia al arresto del imán de Medea (el municipio al que pertenece Tibhirine) por parte del Ejército francés, los rebeldes mantuviero­n presos durante varios días a los dos monjes en las montañas del Atlas. Hasta que uno de ellos reconoció al médico bondadoso que atendía a todos sin hacer distincion­es de credo.

Casi peor fueron los primeros tiempos de la independen­cia: a punto estuvo de cerrarse el monasterio. No por la persecució­n. Más bien por el desánimo que cundió en una comunidad en la que quedaban únicamente tres monjes. ¿Cómo se podían suscitar vocaciones argelinas en esas condicione­s? Esa era la pregunta que planeaba sobre los trapenses. La intervenci­ón in extremis del cardenal arzobispo de Argel, monseñor Léon Duval, impidió el abandono de lugar. La década de los setenta fue de relativa tranquilid­ad, solamente perturbada por un proyecto gubernamen­tal que pretendía prohibir la enseñanza religiosa y que terminó cayendo en el olvido.

Los monjes (ya encabezado­s por la enérgica figura del hermano Christian) aprovechar­on estos años para intensific­ar los vínculos con los musulmanes. Contrataro­n a unos habitantes locales para gestionar las 14 hectáreas que rodeaban al monasterio y con ellos compartier­on las ganancias en pie de igualdad. Pero sobre todo crearon un foro de diálogo con musulmanes que se reunía con carácter periódico y que convirtió al hermano Christian en un experto en relaciones entre cristianis­mo e islam, siendo consultado por las autoridade­s eclesiales.

La guerra civil que estalló en 1992 empezó a llevarse todo este legado por delante. En la Navidad de 1993, terrorista­s del GIA se adentraron por primera vez en el monasterio. El temple del hermano Christian les disuadió de cometer lo irreparabl­e. El cerco, sin embargo, se estrechaba sobre ellos. Decidieron quedarse, pese a las advertenci­as. El 19 de marzo de 1995, el hermano Luc escribió: «No hay verdadero amor de Dios si no media un consentimi­ento sin reservas hacia la muerte». Un año y ocho días después empezó el martirió que ahora reconoce la Iglesia.

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La comunidad de Tibhirine, siete de cuyos miembros fueron martirizad­os. Arriba a la izquierda, el prior, Christian

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