Entrevista a Santos Montoya, uno de los nuevos auxiliares
Santos Montoya ha pasado de ser párroco de barrio a obispo auxiliar de Madrid. Será ordenado este sábado en la catedral de la Almudena junto a Jesús Vidal y José Cobo
«Soy de pueblo», reconoce Santos Montoya. El nuevo obispo auxiliar electo de Madrid nació en La Solana (Ciudad Real) en 1966 y, lejos de avergonzarse de sus orígenes, presume de ellos con orgullo. Esta circunstancia aporta «un modo particular de entender y relacionarse con la gente». El trato es más cercano, «vas saludando a la gente por la calle. Hay un mayor sentido de pertenencia, de familia. Todo el mundo se conoce bien», dice. Este es también el modelo que Montoya implantó desde 2012 en la parroquia de la Beata María Ana de Jesús. De ahí le ha llamado el cardenal Carlos Osoro a trabajar con él como auxiliar. Aportará esa acogida y trato cercano a todos que, según el diagnóstico del arzobispo, se necesita hoy urgentemente en una gran urbe como Madrid.
¿Va a echar de menos el trato directo con la gente de la parroquia?
El trato directo, ese trato que se da en los pueblos, no debería desaparecer nunca y la intención es que no desaparezca. Lo que el Señor nos ha enseñado es el lenguaje de la humanidad y ese lenguaje no se le puede negar a nadie. En el misterio de la Encarnación aprendemos de los diálogos personales de Jesús. Con ellos, nos está diciendo hasta qué punto tiene que haber un trato de tú a tú. Dios se para a hablar con todos, la samaritana, la pecadora, Zaqueo. Ese es el modelo y debe producirse a todos los niveles, en el nivel que uno se encuentre. No todo el mundo va a entender la motivación por la que haces las cosas pero sí lo va a entender si traduces esa motivación en gestos concretos. Ese sí es un lenguaje que entiende la gente. Una sonrisa, una mano tendida, un favor, un rato de tu tiempo, un hueco, una palabra..., eso lo entiende cualquiera.
¿Algún consejo de su familia de cara a la ordenación episcopal?
No, pero me los llevan dando toda la vida con su modo de vivir. Cuando hablo de entrega es porque lo he visto primero en mi casa. Cuando hablo de compartir, de caer en la cuenta del otro, del respeto, del saludo..., ese trato humano, esa solidaridad, incluso esa fe ha surgido en el entorno familiar. Por eso mismo, en el escudo que se nos pide que hagamos de cara a la ordenación episcopal, he puesto los apellidos. Los apellidos son la realidad concreta de la familia. Uno no se entiende sin eso.
Ha estudiado Químicas. ¿Qué le ha aportado esto como sacerdote?
Toda vivencia ayuda y la realidad universitaria es enriquecedora. Allí he podido ver la dificultad de la evangelización. Por ejemplo, ¿qué haces en el comedor: te santiguas o no? Cuando hace buen tiempo y todo el mundo se va al césped, allí algunos se comen un bocadillo y otros se fuman otras cosas... Pues uno tiene que decidir qué hacer en esas circunstancias, de qué temas habla con los demás estudiantes... Ante todo esto te tienes que preguntar: ¿cuál es mi papel como cristiano en el ámbito de la universidad? Y eso ayuda a definirte.
¿Ha mantenido el contacto con sus compañeros de entonces? ¿Incluso con los no creyentes?
Sí, con todos, con los de la universidad y los del colegio. Cada uno tiene su vida, pero hemos hecho algún encuentro y mantenemos el contacto a través de Facebook. Tenemos incluso un grupo de WhatsApp bastante movidito donde la gente evidentemente opina y cuelga lo suyo y yo participo como un miembro más. Es una experiencia interesante.
¿Qué opinan sus compañeros de su elección de vida?
Siempre fueron muy respetuosos, desde el principio, con el tema de la vocación. Cuando me hice sacerdote se hacían fotos conmigo y decían: «Mira, si mi madre me ve contigo…». También hubo el típico chiste, pero siempre lo he llevado con sentido del humor y con buen ánimo.
Ha estado muy vinculado al seminario menor, donde ha sido formador, subdirector y director. ¿Sigue siendo relevante hoy en día el seminario menor?
A veces se puede pensar que las vocaciones auténticamente cuajadas son solo cuando uno tiene experiencia de la vida. Se suele decir que «en las vocaciones tardías la persona ha sido probada, sabe de la vida y está en condiciones de responder mejor». ¿Habría que dudar entonces de la autenticidad de la vocación de los niños porque no ha conocido otra cosa? Esto no es así, para nada. Dios llama cuando quiere y como quiere. Llama a los de primera hora y a los de última hora y les ofrece el mismo servicio en su viña. Yo me he encontrado con niños que, ya con 10 años participaban de alguna de las convivencias y campamentos del seminario menor, y en los que se manifestaba la vocación sacerdotal. En ese caso el seminario menor ha ido acompañando el proceso vocacional del chico. Pero también hay niños que entraron y terminaron reconociendo que su vida no era el sa-
cerdocio y el seminario menor también ha hecho una labor importante ahí.
Que una diócesis como Madrid tenga un lugar de acompañamiento de las vocaciones más tempranas a mí me parece fundamental. Ciertamente Dios llama en todas las etapas de la vida y que haya personas que acompañan estos procesos es esencial.
Hace poco estuvieron en Roma y pudieron estar un rato con el Papa…
La verdad es que fue una visita relámpago, de un día para otro. El Papa nos recibió muy amablemente con una frase que nos descolocó a los tres. Con su tono argentino, dijo: «estos son los tres guerrilleros». Si analizamos esta frase tranquilamente nos damos cuenta que no es solo una anécdota. Como todas las cosas sencillas, tiene una carga de profundidad muy grande. Primero, rompe el hielo. Si alguien está un poco cohibido por acercarse al Papa, con una sola frase él ya ha relajado la relación. Pero con esa expresión también te está indicando que nos conoce. Con alguna frase, nos dimos cuenta que don Carlos y el Papa tenían una relación estrecha y habían hablado de nosotros. Al decir «estos son» está indicando cercanía. Y, por otro lado, es desapegarse de la aureola que uno puede tener a su alrededor por el hecho de ser el Santo Padre. Hay personas que se pueden esconder detrás de esa aureola y mandarte el mensa de: «¡Ojo! no te acerques a mí que tocas terreno sagrado», y entonces uno se siente incómodo. Sin embargo, el Papa ha querido de algún modo desprenderse, quitarse ese abrigo de realidad que separa, y con esa frase se te hace cercano. Las fotos que nos hicieron, en las aparecemos sonriendo con él, se explican por eso.
En su parroquia hay muchos laicos, mujeres ejerciendo cargos de responsabilidad, ¿esto se puede trasladar a nivel diocesano?
Totalmente. La labor de la Iglesia es una labor entre todos. Y entre todos es entre todos, no solamente entre las personas consagradas. Aquí hay hueco para que trabaje todo el mundo. Cada uno tendrá que ver cuál es su papel dentro de la Iglesia y cómo se quiere implicar.
En Madrid hay un cuarto obispo auxiliar, Juan Antonio Martínez Camino. ¿Qué les ha trasmitido?
Estamos hablando constantemente de los tres nuevos obispos auxiliares porque es la novedad, pero, ciertamente, somos cuatro. La realidad es que el equipo de Madrid lo formamos cuatro obispos auxiliares y un titular, y las cosas se hacen entre todos. Juan Antonio nos ha transmitido su serenidad, su tranquilidad, su opinión y visión de las cosas. Él también opina sobre cómo se podrían organizar las cosas. Al mismo tiempo acepta, que es muy loable, cómo viene la realidad y él lo va viviendo con toda tranquilidad también.