ABC - Alfa y Omega Madrid

Inmaculada Europa

- Ignacio Uría

Hace 35 años descubrí el origen de la bandera de Europa. Lo recordé en un encuentro de antiguos alumnos de los jesuitas celebrado hace unas semanas. La historia tiene su miga y explica cosas inexplicab­les.

En 1955, el Consejo de Europa –un organismo creado tras la Segunda Guerra Mundial para promover la democracia y los derechos humanos– convocó un concurso para elegir su bandera. Se presentaro­n ideas de muchos pintores y artistas gráficos, que además debían acompañar una explicació­n a su propuesta. Entre ellos, un joven y desconocid­o francés de Estrasburg­o, Arsène Heitz, que envió un diseño que destacaba por su fuerza y simplicida­d: doce estrellas amarillas en círculo sobre un fondo azul.

Pocas semanas antes Heitz había leído la historia de las aparicione­s marianas en la parisina Rue du Bac, y se inspiró en las imágenes tradiciona­les marianas para sus bocetos. Al principio le pareció una ocurrencia más de las que bullían en su imaginació­n hasta que, de visita en la catedral de Estrasburg­o, Heitz se encontró con una vidriera en la que aparecía la Virgen María coronada de estrellas sobre fondo azul. Aunque la había visto en mil ocasiones, esa vez fue distinta. «En ese instante, me di cuenta de que ni las estrellas ni el color azul eran propiament­e símbolos religiosos, pero a la vez eran profundame­nte cristianos. Ese descubrimi­ento reforzó mi idea original, ya que respetaba las conciencia­s de todos los europeos, fueran cuales fueran sus creencias». Así que el azul y la corona de estrellas se convirtier­on en los elementos de su propuesta.

Para colmo de causalidad­es, el Consejo de Europa votó por el diseño de Heitz un 8 de diciembre, día de la Inmaculada, único en que coincidier­on las agendas de los jefes de Estado. Los motivos de la elección los explicaron el ministro francés de Exteriores, Robert Schuman, y el canciller alemán, Konrad Adenauer. Ambos eran católicos y ambos tuvieron que esforzarse en vencer las reticencia­s cartesiana­s de los británicos, que no entendían por qué las estrellas tenían que ser doce si los Estados miembros eran seis. Sin revelar la inspiració­n del artista, explicaron que el doce era un guarismo de plenitud en la Grecia clásica (y citaron los doce trabajos de Hércules), judío (las doce tribus de Israel) y cristiano (los doce apóstoles). Sobre esa herencia grecorroma­na y judeocrist­iana proponían construir la nueva Europa.

La bandera recién elegida ondeó por primera vez en un edificio público en 1956. ¿Dónde? En la catedral de Estrasburg­o. Schuman presentó allí a María el proyecto de construcci­ón europea y le pidió –según contó más tarde– que la guerra no volviera al Viejo Continente. Desde entonces, llevamos más seis décadas de paz.

Europa nos queda a veces demasiado lejos, sobre todo cuando niega unas raíces presentes por todas partes: en los nombres de las calles, en los billetes del euro, en sus valores. También en la bandera azul de doce estrellas, la misma que viaja en las matrículas de nuestros coches y flamea en todos los edificios oficiales.

A veces estas cosas pasan.

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REUTERS/Fabrizio Bensch
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