Orgullosas de nuestras capacidades
La cuestión de fondo sobre la mujer –en cierto sentido, ya esbozada en los Evangelios, en los que Jesús suele poner a las mujeres, incluso a las prostitutas, como ejemplo para los hombres– es que, por razones de rol, de destino biológico, de tradición interiorizada…, las mujeres parecen vivir el mensaje de Jesús más de cerca a sus palabras que los hombres. El servicio gratuito de amor, el cuidado de los débiles, el hábito de dar sin recibir compensación… forman parte de la tradición femenina, y han sido duramente criticados por el feminismo, que lo contrapuso a la posibilidad de un proyecto de vida independiente y libre para las mujeres.
Creo que es un error demonizar el papel tradicional de la mujer, considerarlo una forma miserable de vida, como si el amor libre fuera solamente una explotación. No es solo explotación; es también, y sobre todo, la habilidad de entretejer relaciones humanas con otros, reconocer el valor del amor mutuo. Las mujeres deben estar orgullosas de estas capacidades, incluso si fueran solo formas culturales transmitidas a lo largo del tiempo, porque significan estar más cerca del modelo que quería Jesús. Pero es incorrecto aprovechar esta situación desde posiciones de poder, como sucede a menudo, para mortificar a las mujeres en lugar de reconocer su valor humano. Una sociedad en la que se confíe a las mujeres los trabajos más despreciados, mal pagados y humillantes, no puede considerarse una sociedad