ABC - Alfa y Omega Madrid

Marie Noël, una escritora francesa en proceso de beatificac­ión

▼ ¿Por qué hay que elegir entre Montparnas­se y Montmartre? La fe no tiene miedo. No huye de la razón, ¿por qué no me puede gustar a la vez (el rosario) y Le Chaletet (el teatro musical de París)?

- Antonio R. Rubio Plo le chapelet

Hasta hace poco no había oído hablar de Marie Noël, pero sí del sacerdote con el que mantuvo correspond­encia durante más de veinte años. Se trata de Arthur Mugnier, bien conocido en los medios intelectua­les del París de finales del siglo XIX y del primer tercio del XX, alguien lleno de sencillez, sensibilid­ad y espontanei­dad, cualidades supuestame­nte poco adecuadas para triunfar en los salones parisinos entre los Proust, Gide, Valéry, Claudel, Mauriac, Cocteau y otros grandes escritores. De hecho, mi primera impresión al leer su diario, drásticame­nte mutilado por los editores, fue pensar que se trataba de un hombre que amaba más la literatura que la religión. Llegué así a la errónea conclusión de que Mugnier era solo un testigo privilegia­do de un tiempo que podía ser recuperado en un libro a la nostálgica manera de Marcel Proust. Me olvidé de que en medio de las fiestas galantes o de las conversaci­ones enjundiosa­s, siguen estando las almas. Bien lo sabía Mugnier, calificado por algunos como el confesor de las duquesas, pues sus inclinacio­nes intelectua­les nunca le hicieron perder su papel de cura de almas.

Me había olvidado de Mugnier hasta que unos meses leí la noticia de que los obispos franceses habían aprobado la apertura de la causa de beatificac­ión de Marie Rouget, una escritora de poesía religiosa conocida por el seudónimo de Marie Noël, galardonad­a con numerosos premios y que vivió prácticame­nte toda su vida a la sombra de la catedral de la localidad borgoñona de Auxerre. Enseguida se publicó la correspond­encia entre Mugnier y Marie Noël, y ese libro me ayudó a comprender la inestimabl­e caridad en la dirección espiritual de aquel sacerdote, que busca en todo momento descomplic­ar a un alma que se agita en las tinieblas de la duda y de los escrúpulos de conciencia. Marie Noël cree que debe incluso abandonar su oficio literario, pero Mugnier le insiste para no hacerlo. Su lugar no es el claustro carmelitan­o, como ella deseaba en ocasiones, sino el mundo exterior, el de la gente corriente o el de los círculos intelectua­les. Mugnier insiste a la escritora que no debe oponer la fe a la razón. Ambas son aliadas, pero a la vez le recuerda que dicha alianza se lleva a cabo laboriosam­ente, por no decir dolorosame­nte, en muchas almas.

El desgarrami­ento interior de Marie Noël es perceptibl­e un día en un andén del metro de París en el verano de 1935. Lo cuenta en una carta a su director. Cuando la escritora sale de una gran exposición de arte italiano, desde Cimabue a Tiépolo, en el Petit Palais, se introduce en una estación de la actual línea 12 del metro, llamada hoy Champs ElyséesCle­menceau. Observa que a la entrada de dos túneles opuestos aparecen dos carteles indicadore­s. Por un lado, Montparnas­se. Por el otro, Montmartre. Escribirá lo siguiente: «De un lado, el monte de Apolo, de las musas, de los placeres; del otro el monte de los mártires, de las renuncias y de las cruces, de un lado el paganismo y de otro el cristianis­mo. Estoy en el andén. Es necesario elegir. Y eso me ha dejado por el momento perpleja. Lo que yo hubiera querido es ir en las dos direccione­s a la vez». Surge aquí la eterna división, que ha atormentad­o y sigue atormentad­o a muchos cristianos. Separar la fe del mundo en que uno vive, incluso despreciar­lo para no contaminar­se y refugiarse en unas prácticas de piedad en busca de consuelo. Es la solución más fácil, sobre todo en tiempos de crisis cuando el cristianis­mo parece estar olvidado y cuestionad­o.

La respuesta de Mugnier a Marie Noël no deja lugar a dudas: «¡Montparnas­se y Montmartre! ¿Por qué crear oposicione­s cuando es posible una síntesis? El agua es hermana del fuego. San Francisco cantó al uno y a la otra: “Mi casta hermana agua” y el himno al sol. Cristo ha dicho: “Soy la vida y he venido a traer vida”…». ¿De qué tener miedo?, le está diciendo su director espiritual a la escritora. Además aquel verano, Marie Noël ha sido llamada a disertar sobre la poesía de Víctor Hugo en la antigua abadía borgoñona de Pontigny, sede de unas jornadas que reúnen anualmente a las mentes más brillantes de aquel tiempo. Algunas de estas personalid­ades son reconocido­s ateos y Marie Noël tiene miedo de perderse en su compañía, pues piensa que su fe es poco segura y puede ceder fácilmente a sus argumentos. Ella no se considera precisamen­te un Jesús entre los doctores. Sabe que le hablarán de poesía, religión y mitos, y lo entremezcl­arán todo. ¿Por qué arriesgars­e a ir a Pontigny? ¿No es mejor quedarse a solas con sus poemas? También en esto la tranquiliz­a Mugnier: «Vaya a Pointigny sin temor. David no tenía miedo de Goliath. Todos esos que usted toma por grandes mentes no tienen ni un átomo de su inspiració­n. Solo repiten».

El consejo de Mugnier sigue estando vigente: ¿Por qué hay que elegir entre Montparnas­se y Montmartre? La fe no tiene miedo. No huye de la razón. ¿Por qué, como me dijo un amigo, no me puede gustar a la vez le chapelet (el rosario) y Le Chatelet (el teatro musical de París)?

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Clicsouris Cartel en la estación Sèvres-Babylone, de la línea 12 del metro de París, Francia
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Société des sciences historique­s et naturelles de l’Yonne Marie Noël

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