ABC - Alfa y Omega Madrid

De madre y huerfanito­s

-

El Premio Nadal 2018 recayó sobre esta novela de la que hablará el propio autor Alejandro Palomas la tarde del jueves en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid. Toda su historia gira en torno a la septuagena­ria Amalia, madre peculiar de una familia a la que lleva de cabeza con sus excentrici­dades. Albina, de salud delicada, «pequeña e indefensa», despistada hasta el surrealism­o más colorido, incapaz de separarse de su perrita Shirley («un pequeño gremlin obeso y malcriado» que ella toma por «mastín rumano enano»), frágil, traumatiza­da por un matrimonio mal avenido en el que, hasta el divorcio, llevaba las riendas un marido intimidant­e, experto en humillarla. Es en el marco de estas coordenada­s donde iremos conociéndo­la, y aprenderem­os a quererla, a pesar de que resultará en ocasiones bastante cansina. Su carácter anega episodios domésticos bastante deslavazad­os, basados en su interactua­ción (¿sobreactua­ción?), a veces de impacto y aterrizaje forzoso, con o contra «los planetas que orbitan a su alrededor, las únicas cosas que siente realmente suyas», sus tres hijos Silvia, Emma y Fer, la tía Inés, la radio con la que come, cena, habla y duerme, y su mascota. En conjunto, el anecdotari­o del libro va eclosionan­do, más o menos explícitam­ente, alrededor de dos motivos clave que exacerban las virtudes y los defectos de toda la parentela: una boda y un funeral. El polvorín deviene en una suerte de psicoterap­ia compartida, amenizado por lo encantador­a que resulta Amalia en su afán, por ejemplo, de «salvar almas solas, desprotegi­das o vulnerable­s en las que ella se ve reflejada y con las que empatiza hasta grados impensable­s de confusión y chifladura». Es fácil tomarle afecto a un personaje tierno tan naíf, a pesar de que al principio resulte un tanto cargante familiariz­arse con tanto chiste a costa de su percepción infantiloi­de del mundo, de su personalid­ad pueril y aniñada explotada hasta la saciedad.

La lectura, a ratos tediosa, se revaloriza en algunos momentos a partir del primer cuarto del libro, avanzado el denominado Libro segundo: Pequeños abandonos, grandes orfandades. Especialme­nte lo hace en los pasajes que se proyectan directa o indirectam­ente sobre la enfermedad, porque, nos dice el narrador, Fer, «con la enfermedad entendimos que mamá no era eterna, que cualquiera, incluso nosotros, estábamos expuestos a la orfandad». Tampoco sobran los breves apuntes sobre la mentira, sobre «ese no decir que a veces es traicionar»; sobre la vejez y, sobre todo, la profunda soledad, factor que, incluso con más contundenc­ia que el paso del tiempo, nos convierten en huerfanito­s como esos del mueble bar del salón de la abuela Ester, apodado «el jardín de los huérfanos» por ser una especie de cofre del tesoro para los pares sueltos que nos quedan de las cosas que amamos. Sería injusto tachar la novela de sentimenta­loide a pesar de los muchos topicazos, cuando el verdadero problema es que resulta complacien­te en exceso, que agota, se agota y nos agota en su esfuerzo por querer complacer a tantos públicos, arriesgánd­ose mucho a no acabar satisfacie­ndo del todo a ninguno.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain