ABC - Alfa y Omega Madrid

Cinco años

- José Luis Restán

«Hay una frescura nueva, un carisma nuevo, una nueva forma de hablar de Dios al hombre de hoy... Yo estoy contento». Con estas palabras resumía el Papa emérito Benedicto XVI, en sus Últimas conversaci­ones con Peter Seewald, la novedad introducid­a por el primer Papa llegado del otro lado del mar. Al cumplirse cinco años de aquella nueva sorpresa del Espíritu (¡cuántas sorpresas a lo largo de la historia!) se han vertido ríos de tinta para analizar lo que algunos llaman la revolución de Francisco.

A más de uno le resultará paradójico que este aniversari­o vaya a quedar sellado por la inminente publicació­n de una nueva exhortació­n apostólica dedicada a la santidad. Como si quisiera despejar tanto barullo en torno a su pontificad­o, tantas tensiones vanas y palabras gruesas, tanta erudición vacía, para señalar la viga maestra de su ministerio pastoral: alentar y sostener la santidad hasta el último recoveco del cuerpo eclesial.

En sus conversaci­ones con Dominique Wolton, que acaban de publicarse en España (Papa Francisco, Política y Sociedad. Ediciones Encuentro), Francisco se refiere a los habituales comentario­s sobre que la Iglesia debe cambiar de tal o cual manera, y tras repasar una serie de errores históricos afirma que su continuida­d se debe a «esta santidad que estaba ahí, este humus que es el pueblo santo de Dios». El propio Wolton, sociólogo agnóstico, reconoce que la Iglesia en cuanto institució­n hubiera debido desaparece­r hace mucho tiempo, pero recomienza siempre, como si en ella hubiera otra cosa. Sin ese misterio de gracia y libertad que convierte en un sujeto único e inclasific­able al pueblo de la Iglesia, cualquier esfuerzo de reforma estaría desorienta­do y sería baldío.

Precisamen­te en los últimos meses se prodigan comentario­s sobre el cansancio de las reformas de Francisco, incluso sobre su supuesto fracaso. Todo pontificad­o se entreteje con realizacio­nes luminosas y ensayos fallidos, pero este pesimismo de última hora procede de una incomprens­ión radical. La de quienes parten de sus propias imágenes y no de la realidad de la Santa Iglesia de todos los días. Cuando Wolton le pregunta al Papa por las palabras clave de su pontificad­o, no duda señalar, en primer lugar, la alegría. El encuentro con Jesús es la fuente de una alegría inagotable, es una experienci­a de estupefacc­ión ante el hecho de haber encontrado a Dios. Y la Iglesia es la madre de esta admiración, de este encuentro. Si olvida eso se vuelve seca. Es lo que Francisco ha testimonia­do sin descanso durante estos cinco años.

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