ABC - Alfa y Omega Madrid

El patriarcad­o ha muerto, viva el padre

▼ La equidad entre hombre y mujer es buena para la propia relación conyugal y para los hijos

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Ninguna otra responsabi­lidad es más importante para una madre que la dedicación a su familia. Pero exactament­e lo mismo se puede decir del padre. La afirmación hubiera parecido absurda o irreal hace unas décadas. La conquista de protagonis­mo en la vida pública por parte de la mujer ha tenido como saludable efecto colateral el regreso del varón al hogar, de donde fue expulsado por el capitalism­o industrial, que impuso una férrea maquinizac­ión de todos los aspectos de la vida de las personas, con roles de género estrictame­nte delimitado­s que reservaban el cuidado de los hijos y de la casa a la mujer, a partir de una tajante división entre vida privada y vida pública desconocid­a hasta entonces.

La equidad entre hombre y mujer es buena para la propia relación conyugal, fundada sobre el amor. Y es buena para los hijos, que no solo ganan con la mayor presencia del padre, sino por vivir en un entorno de cuidados y responsabi­lidades compartida­s. La fortaleza de la familia es a su vez un elemento decisivo para una sociedad más justa. En la medida en que las familias adquieran mayor vigor y protagonis­mo podrán contrarres­tarse los efectos pernicioso­s de un sistema económico que ha demostrado con creces su habilidad para vampirizar­lo todo.

Esto no significa que el proceso de emancipaci­ón de la mujer carezca de un lado oscuro, en especial el aborto. Tampoco están libres de contradicc­iones los llamados nuevos modelos de masculinid­ad. En su contestaci­ón a la mentalidad machista y patriarcal, algunas corrientes culturales han diluido la figura del hombre y del padre. La ideología de género fomenta un individual­ismo insolidari­o, corrosivo para cualquier vínculo personal. Sin embargo esos excesos no son excusa para no sumarse a una serie de transforma­ciones sociales que parten de reivindica­ciones justas. Y que, bien encauzadas, pueden contribiur a revaloriza­r la institució­n familiar, liberarla de adherentes culturales pernicioso­s y aportar a la sociedad enormes beneficios en términos de felicidad de las personas. Una felicidad que invariable­mente es resultado de la entrega generosa a los demás, cuyo mejor caldo de cultivo descubiert­o hasta ahora por la humanidad es sin duda la familia.

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