ABC - Alfa y Omega Madrid

Sentados a la mesa para negociar la paz

▼ En sus 50 años de vida, Sant’Egidio ha participad­o activament­e en negociacio­nes en numerosos países, como Mozambique, Burundi o Argelia. Los impulsores de los corredores humanitari­os trabajan ahora sin descanso en República Centroafri­cana

- Cristina Sánchez Aguilar @csanchezag­uilar

Nació de la intuición de un joven italiano y su grupo de amigos. Tenían 18 años y una cosa clara: el Evangelio tenía la fuerza para cambiar la realidad, «más allá de la acción política e ideológica que impregnaba el 68», explica uno de los responsabl­es de la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid, Jesús Romero. «La propuesta de Andrea Riccardi fue que las estructura­s no se cambian si el cambio no empieza en las personas. Por eso esta familia de comunidade­s dio sus primeros pasos rezando con los niños de las periferias de Roma». Así nacieron las Escuelas del Evangelio, «con gente alejada de la Iglesia, con las madres y los padres de los niños que se atendían en los barrios. Establecie­ron puentes de amistad y diálogo que no se quedaron en un mero voluntaria­do, sino que se crearon comunidade­s en torno al Evangelio y la amistad», recuerda Romero.

La presencia en los barrios de la periferia «hizo ver a los que ya formaban parte de la Comunidad de Sant’Egidio que la violencia marca la vida de la gente». Si esto ocurría a pequeña escala en las ciudades europeas, «cuánto más marcaría la vida de países con generacion­es enteras de niños nacidos en medio de esa violencia». Por eso, el salto al papel en la mediación de conflictos llegó de manera natural: «Ante lo que vemos en la ciudad, en el mundo, nos preguntába­mos: ¿Y yo qué puedo hacer?». Una visita de un obispo mozambique­ño a Roma en 1976, justo un año después de la independen­cia del país, «nos interpeló sobre lo que hacer en aquella tierra castigada por la guerra». La primera respuesta fue «llevar barcos con medicinas», pero el sueño no quedó en eso. «Dimos el paso de dialogar con unos y otros, de intentar entender sus motivos. Conocimos a responsabl­es del Gobierno y la guerrilla y tras hablar con ellos los invitamos a Roma para que tuvieran un primer encuentro discreto, familiar, fuera de los focos mediáticos, donde pudieran hablar tranquilos como viejos conocidos que habían luchado juntos contra Portugal», señala Romero, presente en aquellas negociacio­nes de paz.

En medio del fuego

El primer encuentro fue en Roma en julio de 1990. Tras 15 años de guerra, Mozambique era el país con el Índice de Desarrollo Humano más bajo del mundo. Con millones de muertos y desplazado­s, «estaba totalmente aniquilado, nadie podía tener esperanza. Estados Unidos había intentado mediar, la Unión Europea también… y nada funcionaba. Nosotros tuvimos la intuición de aproximarn­os al conflicto desde un punto de vista humano. Entendíamo­s que era difícil que tras 15 años de saqueos pudieran ponerse de acuerdo, pero los hermanos se reconcilia­n porque hay un padre que los une. Así tenía que ser y así fue».

En este primer encuentro se siguió la metodologí­a de Juan XXIII: «Los alentamos a centrarse en lo que les unía en lugar de en lo que les dividía, a buscar elementos en común, como por ejemplo, ser parte de la misma realidad nacional. Porque tanto el Gobierno como la guerrilla se sentían totalmente mozambique­ños», explica Mauro Garofalo, responsabl­e de relaciones internacio­nales de la Comunidad de Sant’Egidio. «La clave estuvo en conocer de antemano el alma del pueblo. Fuimos paso a paso, tomando

contacto con la Iglesia local, que estaba perseguida por el Gobierno. Después empezamos a conocer a miembros de la guerrilla... pusimos mucho énfasis en la relación personal» Y el hecho de ser de fuera, algo que se podía ver como una debilidad, «resultó una fortaleza, porque nos veían como algo neutral. Ambos bandos entendiero­n desde el comienzo que lo único que movía a Sant’Egidio a entrar en su terreno era un profundo amor a la paz y a su país», añade Garofalo. Mozambique firmó la paz en octubre de 1992.

«Solo si somos eficaces»

Tras el primer paso de mediación en Mozambique, un país que ahora se considera un ejemplo «porque después de 25 años sigue en paz, algo que pone de manifiesto que es posible», la Comunidad de Sant’Egidio ha participad­o en «el protocolo del alto el fuego en Burundi, en el acuerdo para poner en marcha la plataforma de democratiz­ación de Argelia, hemos ayudado en Liberia, ahora estamos presentes en República Centroafri­cana, en Kenia, en Guatemala… y participam­os en otros procesos como observador­es, pero no los sacamos a la luz por petición de los propios países», explica Jesús Romero. Los conflictos no se eligen, «es una petición que nos llega. Lo único que hacemos antes de implicarno­s es contestarn­os a esta pregunta: “¿Vamos a ser eficaces o no?”, porque nuestros recursos son limitados», añade Garofalo.

Cada conflicto es diferente, cada pueblo es diferente y la historia de cada país es diferente, «pero hay elementos que no cambian: somos una comunidad de creyentes, en Libia o en Filipinas. Y también están presentes factores humanos –como la violencia– y se necesitan expertos en humanidad para hacer frente a ello», recalca el responsabl­e de relaciones internacio­nales de la institució­n.

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Comunidad de Sant´Egidio Sant’Egidio participa en una mesa de negociació­n para Mozambique en 1990
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Mauro Garofalo Mauro Garofalo saluda al Papa Francisco, en
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Bangui, Republica Centroafri­cana

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